Todos los milagros en las Sagradas Escrituras comenzaron con el propio hombre; el cincuenta por ciento del milagro le pertenece al hombre y el otro cincuenta por ciento Le pertenece al Señor. Para que Jesús pudiera curar al leproso, primero él corrió y se lanzó a Sus pies, diciendo: “Si quieres, puedes limpiarme.” Y el Señor le respondió: “Quiero; sé limpio.” La primera parte del milagro dependió de que el leproso tomara la actitud de arrojarse a los pies del Señor y enseguida pidiera ayuda. Como consecuencia de esto, el Señor Jesús completó Su parte curándolo.
En realidad existen cosas que nadie puede hacer por nosotros, a no ser nosotros mismos. Por ejemplo: por más que el padre o la madre ame a su hijo, jamás podrán comer o beber por él. Existen muchas actitudes que son absolutamente personales e intransferibles, que nadie puede tomar por nosotros, ni Dios, ni los ángeles, ni los hombres en la Tierra y mucho menos el diablo y sus demonios. La fe es algo individual, los sentimientos son individuales, la salvación es individual y los milagros también son individuales.
Cuando el Señor fue a resucitar a Lázaro, necesitó que Sus discípulos removieran la piedra que estaba en la entrada de la puerta, de otra manera Él jamás podría haber llamado a Lázaro hacia afuera.
Cuando Él multiplicó los cinco panes y los dos peces, fue necesario que un muchacho los colocara en Sus manos para que fueran multiplicados. El milagro siempre comienza con el propio hombre, que es obligado a dar el primer paso. Esto incluso me hace acordar del caso de la mujer cuyo marido abandonó su hogar para vivir con otra. Su esposa comenzó a hacer cadenas y más cadenas en la Iglesia Universal para que volviera a su casa. Después de pasar muchos años de lucha, oración y ayuno, la señora se acercó al pastor quejándose de la vida y lamentando el hecho de que su marido no hubiera vuelto a la casa.
El pastor le preguntó qué había hecho hasta entonces y ella le respondió que ya había hecho la cadena de la familia, la de liberación, en fin, que había participado de casi todas las cadenas y no lograba el resultado. Agregó que su marido estaba yendo todos los días a la casa a visitar a su hijo. Entonces, el pastor le preguntó cuál era su procedimiento cuando el marido golpeaba la puerta y ella le respondió: “Yo nunca voy a abrir la puerta, al contrario, todas las veces que escucho que está llegando, corro hacia el cuarto, cierro la puerta y me quedo allí hasta que se vaya.”
Entonces, el pastor le dijo: “Ahí está la razón por la cual su marido todavía no regresó a su casa. Dios lo ha enviado a su casa todos los sábados, y usted en vez de ponerse la mejor ropa y usar su mejor perfume e ir a recibirlo a la puerta con una sonrisa en los labios, se esconde de él todo el tiempo. ¿Cómo puede hacer Dios el milagro en su vida?”
Aquella misma semana, cuando el marido fue a visitar al hijo, ella fue a recibirlo como el pastor le aconsejó… A la semana siguiente él estaba de vuelta en casa.
En realidad, el diablo ha oprimido al pueblo de Dios justamente para que no glorifique el nombre del Señor de todo su corazón, con toda su fuerza y con todo su entendimiento, sino de una forma bastante anémica. O sea, el diablo, afligiendo al pueblo de Dios, busca sacarle el brillo de la alabanza hacia su Creador.
“El Señor te pondrá por cabeza, y no por cola y solo estarás por encima y no por debajo…”
Acepte esta promesa, mi amigo lector. Tome posesión de ella hoy y ahora. No acepte la derrota, no se conforme con lo que ya alcanzó, piense en grande y usted será grande. Nosotros somos la gloria de Dios en este mundo. Cuanto más victoriosos seamos, más el Señor nuestro Dios será glorificado, exaltado y magnificado.
[related_posts limit=”7″]