Todo el mundo reclama por la falta de tiempo. Hay incluso quienes desean que el día tenga 48 horas. Esas personas creen que solo así lograrán cumplir con todos los compromisos diarios.
Pero la verdad es que eso no serviría, pues el problema no está en la cantidad de horas, sino en la administración del tiempo.
El tiempo es dinero –algunos dicen. Pero es mucho más que eso. El tiempo es vida. Es así que sucede con el dinero, cuando es mal utilizado o mal administrado, no rinde. Por eso aparece la sensación de que las 24 horas del día son insuficientes.
Cuando el tiempo es bien administrado, es posible cumplir con todos los compromisos, encontrar espacios para el ocio, cuidar la apariencia, darle atención a la familia y a los amigos y, principalmente, cuidar el alma y el espíritu. Sin organización no conseguimos ni siquiera ejecutar las tareas básicas de la casa.
Recientemente, una encuesta realizada con 2 mil voluntarias y divulgada por el periódico británico Daily Mail, constató que las mujeres gastan casi 1 mes por año en cuidados estéticos. Casi la mitad de las entrevistadas admitió que pierde tiempo preocupada con la belleza.
Cuidar el cuerpo es esencial, pero también es necesario cuidar el alma. De nada vale gastar tiempo precioso en búsqueda de algo transitorio y descuidar lo que es eterno.
La belleza del alma
Los resultados alcanzados con los cuidados con la belleza del cuerpo tienen fecha de vencimiento, pero los resultados obtenidos cuando se invierte en la vida espiritual, no.
De ahí proviene la importancia de priorizar la belleza del alma que, al contrario del cuerpo, es eterna. El cuidado o el descuido con el alma resultarán en la Salvación o en la muerte eterna.
El cuerpo es el templo del Espíritu Santo, y no debemos descuidarlo. La cuestión es saber priorizar. La Palabra de Dios dice que hay tiempo para todo. A nosotros nos toca administrarlo con sabiduría y gastarlo con lo que producirá frutos para la eternidad.
“Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora.
Tiempo de nacer, y tiempo de morir; tiempo de plantar, y tiempo de arrancar lo plantado; tiempo de matar, y tiempo de curar; tiempo de destruir, y tiempo de edificar; tiempo de llorar, y tiempo de reír; tiempo de endechar, y tiempo de bailar; tiempo de esparcir piedras, y tiempo de juntar piedras; tiempo de abrazar, y tiempo de abstenerse de abrazar; tiempo de buscar, y tiempo de perder; tiempo de guardar, y tiempo de desechar; tiempo de romper, y tiempo de coser; tiempo de callar, y tiempo de hablar; tiempo de amar, y tiempo de aborrecer; tiempo de guerra, y tiempo de paz.
¿Qué provecho tiene el que trabaja, de aquello en que se afana?” Eclesiastés 3:1-9
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