El pasado viernes 3 de abril se conmemoraron 42 años de la primera llamada telefónica móvil, realizada en 1973 por Martin Cooper desde la Sexta Avenida, en Nueva York.
En 1975, había 5000 clientes de telefonía móvil en el planeta. Hoy hay 3600 millones de usuarios con un celular permanentemente en su mano o en su bolsillo, la mitad de la población mundial y se espera que para 2020 la cifra aumente a 4600 millones de abonados, según las últimas estadísticas de GSMA, la organización mundial de operadores móviles.
Argentina se convirtió en uno de los países en los que las líneas móviles tienen mayor penetración. Según datos de la encuestadora Carrier y Asociados, hay 62 millones de líneas activas, el equivalente a decir que una de cada dos personas tiene dos teléfonos celulares (o al menos dos números).
Sin embargo, vale preguntarse si este fenómeno que ya pasó las cuatro décadas sirve para conectar personas… o para desconectarlas. ¿Cuántas veces presenciamos una mesa familiar en un restaurante en la que cada integrante tiene un celular y está inmerso en la pantalla de 4 pulgadas, ignorando todo lo que sucede a su alrededor? O peor aún, una mesa de dos, en teoría novios o cónyuges, en la que no hay comunicación real sino virtual. En estos casos, la única interacción que se ve es la de los dedos repiqueteando contra la pantalla.
Claro, podemos decir que los teléfonos celulares nos permiten tener comunicaciones con personas que antes no tenían acceso a una línea fija, que ayudan en situaciones de emergencia y, en el caso de los smartphones (o teléfonos inteligentes), ponen a nuestro alcance una amplia gama de aplicaciones que nos ayudan en nuestro día a día. Todo eso es cierto pero, como en muchas otras áreas, el equilibrio es fundamental para no convertir una herramienta en algo nocivo.
Recientemente fui invitado a un casamiento y pude observar cómo dejamos de ver los acontecimientos con nuestros ojos para pasar a verlos a través de una pantalla. Nadie parecía estar atento a lo que sucedía en la iglesia, la gran mayoría estaba con la mirada fija en el móvil, verificando que la foto o el video resultaran bien. Lo mismo sucede en un paisaje o punto turístico. Parece que los recuerdos se disfrutan más a través de un equipo electrónico que usando la retina.
Seamos responsables en el uso de los teléfonos celulares, pongámoslos en el lugar que deben ocupar, el de accesorios o herramientas para facilitarnos las cosas, no el de tiranos que demandan nuestra atención cada 5 minutos y nos impiden disfrutar de la vida real, eso que sucede mientras estamos con la mirada puesta en un teléfono.
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