Cuando recibió a los dos apóstoles delante de él, ya cargaba con un gran peso en la espalda. No solamente por ser uno de los principales hombres de aquel pueblo, sino por las actitudes que, a lo largo de su historia, hicieron que fuera respetado por algunos y odiado por otros.
Fue él quien, delante de los sacerdotes, de los religiosos y de todos aquellos que querían conservar el poder, decidió el destino de Aquel que era llamado el Cristo. Sumo sacerdote del año, yerno de su antecesor, Anás, Caifás, estuvo de acuerdo que si Jesús Nazareno siguiese operando milagros delante de todos y enseñando cosas que ni los religiosos podían enseñar, conquistaría a más y más seguidores. Y esto era un problema.
Era importante que la iglesia mantuviese su poder y, para eso, nadie podía contradecir las órdenes dadas por los sacerdotes. Si los seguidores de Jesús entendieran Sus palabras contra los religiosos, poco estos podrían hacer para salvar su poder.
“Vosotros no sabéis nada; ni pensáis que nos conviene que un hombre muera por el pueblo, y no que toda la nación perezca.”
Fue lo que él dijo. No se refería a sí mismo, obviamente, sino a Aquel que venía reclutando multitudes tras de sí. Y de esta manera se decidió que Jesús moriría por las manos de aquel pueblo.
Los dos apóstoles que fueron llevados hasta Caifás no se amedrentaron delante de la presencia de aquella autoridad. Para ellos mucho más poder tenía Quien les había enseñado. Fueron llevados hasta allí por realizar milagros y enseñar al pueblo sobre la resurrección en la carne, sobre aquello que vieron.
Estaban presentes Caifás, Anás y sus hijos, y, a pesar de haber tantos hombres instruidos, ningunos de ellos pudo encontrar una manera de engañar al pueblo diciendo algo en contra de aquellos hombres. Pedro y Juan, los apóstoles del propio Señor Jesús de quien Caifás había decretado la muerte, habían aprendido con Su Maestro cómo hablar en el nombre de Dios y, de esa forma, era imposible contradecirlos.
No era la primera vez que Pedro estaba delante de la presencia de Caifás. La más impactante, fue cuando él vio a su Maestro siendo golpeado y torturado durante la madrugada.
“Este dijo: Puedo derribar el templo de Dios, y en tres días reedificarlo.”, dijeron dos hombres que estaban en el lugar para condenar a Jesús. Buscaban crímenes que Jesús hubiera cometido, pero no encontraron nada de malo en Aquel Hombre.
“Te conjuro por el Dios viviente, que nos digas si eres Tú el Cristo, el Hijo de Dios.”, insistió Caifás ante del silencio del reo.
“Tú lo has dicho; y además os digo, que desde ahora veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios, y viniendo en las nubes del cielo.”, respondió Jesús.
“¡Ha blasfemado!” Gritaba Caifás con ira y con la satisfacción de haber finalmente capturado al Hombre. “¿Qué más necesidad tenemos de testigos? He aquí, ahora mismo habéis oído Su blasfemia.” Y rasgó la túnica de Jesús.
Volviéndose hacia el público, que parecía festejar junto a él aquel espectáculo, gritó: “¿Qué os parece?”
Y oyó la respuesta al unísono: “¡Es reo de muerte!”
Pedro y Juan fueron intimados en la presencia del sumo sacerdote para que se detuvieran, pero eso no fue posible. Caifás entonces, les ordenó que realizaran milagros, pero no en el nombre de Jesús, sin embargo, ellos se negaron a tal disparate.
Cuando Caifás y los suyos llevaron a Jesús hasta la presencia del gobernador Pilato y vieron que, con argumentos religiosos, no pudieron condenarlo, el sumo sacerdote tuvo la inteligencia de implantar en Pilato la idea de que Jesús hablaba sobre deponer al emperador de Roma.
¡Oiga! En aquella época eso era crimen de muerte y los que creían en Jesús Lo llamaban “El Rey hijo de David”. Algunas veces el propio Nazareno mencionó que era el Hijo del Hombre, que estaba sobre el Reino de los Cielos y el reino de los hijos de Dios.
Distorsionar las palabras de Jesús fue fácil, callar a Sus siervos, no. Ambos se fueron de allí dejando atrás la preocupación de que aquella tormenta nunca tendría fin para los sacerdotes.
Estos fueron los hechos de Caifás, que, durante los años 18 y 37, fue el sumo sacerdote de los judíos. Y su nombre entró a la historia como el hombre que condenó a Jesús.
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