“Por tanto, no desmayamos; antes aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día.”
(2 Corintios 4:16)
En las guerras entre el exterior y el interior, entre el alma y el espíritu, siempre hay un vencedor, que decide el destino final del alma. No siempre el Espíritu de Dios vence a la carne. Eso es porque la carne, el exterior, el alma o el corazón – todo resulta en lo mismo – no se sujetan a la ley de Dios (voluntad de Dios), ni tampoco pueden. (Romanos 8:7)
Sin embargo, las corrupciones del hombre exterior, o sea, las obras de la carne, no tienen poder para hacer que los valores espirituales del hombre interior sean anulados. Solo si la persona quisiera… Porque el hombre interior dispone de muchos recursos para neutralizar al hombre exterior. La confesión de pecados, el arrepentimiento, la oración, el ayuno, el cilicio, en fin… Los medios para levantarse no faltan.
La persona comete un error y el mal comienza a acusarla con insistencia. Su conciencia duele. Sabe que está equivocada. ¿Qué hacer? ¿Dejarse llevar por el desánimo o usar las herramientas de la fe para levantarse? Consciente del perdón mediante la confesión sincera, ella actúa e, inmediatamente, recibe el perdón por la fe.
A partir de entonces, toma una actitud de regresar al estado original de paz con Dios, por el abandono del pecado y del pasado. Por eso, la debilidad de la carne no desanima a quien tiene un sincero compromiso en seguir a Dios. Si acaso esto le sucedió a usted, véalo como una oportunidad de vencer la carne y madurar en la fe. Una vez que es vencida la equivocación, usted se volverá aún más fuerte y firme con Dios. Esta es la fe práctica, que nada tiene que ver con los sentimientos. Solo con la obediencia.
No se desanime con las acusaciones, pues Dios ya nos dio las herramientas para el mantenimiento de nuestra salvación.
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Fuente: Libro “El Pan nuestro para 365 días”, del obispo Edir Macedo