Los caminos primitivos, citados en la primera mitad del Antiguo Testamento, no eran más que sendas bastante irregulares, se habían quitado las piedras más grandes y se rellenaron los pozos para facilitar el camino. A veces, el camino era tan difícil de diferenciar que los viajantes se perdían.
La calidad de algunos caminos era tan precario que, cuando llegaba un importante gobernante a la una ciudad, se hacían mejorías en el camino de entrada, para honrar al noble visitante. Esa costumbre fue usada como metáfora por el profeta Isaías, respecto al camino para el Señor, cuando queremos que Él entre en nuestras vidas:
“Voz que clama en el desierto: «¡Preparad un camino al Señor; nivelad una calzada en la estepa a nuestro Dios!
¡Todo valle sea alzado y bájese todo monte y collado! ¡Que lo torcido se enderece y lo áspero se allane!” Isaías 40:3-4
Según los indicios históricos de los que disponemos hoy en día, la rueda fue inventada en la región de la Mesopotamia. Inicialmente, era un disco rústico y pesado, de madera, utilizado en carros. Los caminos de la época no ayudaban mucho al uso de las ruedas, ya que no aguantaban los saltos sobre el terreno irregular y eran víctimas de profundos pozos.
Por ese motivo, los persas, desarrollaron lo que podemos llamar el primer sistema viario, por medio del cual era más fácil tener acceso a los diversos puntos del imperio, facilitando el control y la comunicación. Los mensajeros, por ejemplo, avanzaban por aquellas vías en veloces caballos. En los puestos que había al costado del camino, donde paraban para el reposo y alimentarse, tomaban un nuevo caballo, bien descansado, para el trecho siguiente. Aun con los caminos mejorados, el recorrido entre Susa y Sardes – dos importantes ciudades del reino con una distancia de casi 2,6 mil quilómetros – se lograba en aproximadamente 3 meses.
Posteriormente, los romanos se convirtieron en los mejores constructores de caminos, justamente para facilitar el tráfico de tropas y armamentos, así como para el control de los dominios. Casi todo el imperio estaba eficientemente conectado por las calles pavimentadas. Algunas partes del camino de aquellas épocas son visibles hasta hoy y mantienen sus piedras originales; otras partes fueron repavimentadas con recursos más modernos, como el asfalto (foto). Sabiendo esto es más fácil comprender el famoso dicho “Todos los caminos llevan a Roma”.
La calle romana estaba construida con cuatro camadas de pavimentación. La inferior era de arena, cubierta por otra de piedras irregulares, sobre la que se colocaban rocas de hormigón y, en la última capa, las piedras más grandes, aquellas que tenían la superficie más recta. También se hacían surcos para el drenaje de aguas pluviales de ambos lados – incuso una cloaca, en algunas localidades-. En las proximidades a las ciudades o en el perímetro urbano, las calles eran acompañadas por veredas en sus laterales, para el tránsito de los peatones.
Orientación
Los caminos romanos contaban con piedras, donde se indicaban las distancias. Generalmente, eran colocados de milla en milla, con las indicaciones grabadas. La milla romana terrestre de aquella época correspondía a 1.478 metros (la milla de hoy es de 1.609,344 metros). El nombre “milla” se debe a los mil pasos recorridos por un centurión. Como los pasos son diferentes de persona en persona, la medida no era exacta ni uniforme, por eso la mayoría prefería medirlo por los días de viaje, como en los orígenes del Antiguo Testamento:
“Y puso tres días de camino entre él y Jacob. Mientras tanto, Jacob apacentaba las otras ovejas de Labán.” Génesis 30:36
Había una costumbre que agravaba la mala imagen que tenían los soldados romanos frente al pueblo. Como los caminos eran construidos con un objetivo, principalmente, militar – facilitar y agilizar el avance de las tropas -, la ley romana permitía que un soldado obligase a un civil que encontrara en el camino, a cargar sus pertenencias por una milla. Esa fue la costumbre que Jesús usó para enseñar sobre la humildad:
“ cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, ve con él dos.” Mateo 5:41
El Imperio Romano construyó más de 50 mil millas de camino. Cuando la red viaria ya había crecido bastante, comenzaron a venderse mapas para los viajantes, éstos se encontraban en los negocios de las ciudades -que para esa altura- ya eran cortadas por las calles pavimentadas. De Roma a Cesarea, por ejemplo, aun con los nuevos caminos de piedra, un mensajero en caballo recorría la distancia en, aproximadamente, 54 días – contando siempre con el uso de aquellos citados “puestos de cambio” de caballos-. Eso se lo consideraba rápido para la época, esto además influyó en el servicio de correo haciéndolo más veloz.
Los supervisores locales eran los responsables de la conservación de los caminos más cercanos, los que se mantenían con impuestos y peajes. Carrozas y carruajes ayudaban bastante respecto al transporte de pasajeros y cargas. Incluso había un servicio de alquiler de dichos transportes – incluyendo o no el conductor -, se trataba de una oferta diversa, que se podría comparar, en los días de hoy, con los ómnibus, taxis y automóviles en alquiler.
Viajar por lugares despoblados, como desiertos y descampados, no era seguro, por el gran número de ladrones, asaltantes y asesinos de la época. Los caminos eran un poco más seguros ya que no solo eran vigilados en alguna de sus partes, sino que tenía el paso constante de soldados armados que espantaba a los maleantes. Sin embargo, no todos podían hacer uso de las calles, ya que tenían prioridad los militares y ciudadanos romanos – como el apóstol Pablo, quien se valió de este privilegio para usar las calles en sus viajes misioneros, facilitando así, el avance del Evangelio.