Elena sufrió una gran parte de su vida. Ella soñaba con formar una familia. Pero en cada intento, lo único que le quedaba, era la depresión que se profundizaba a medida que pasaban los días: “En mi tercer intento de lograr mi sueño, fracasé nuevamente. Pensaba que iba a cargar con ese problema, siempre”.
Ella creía ser la culpable de todo lo que salía mal. Perdió el amor propio y el qué dirán la atormentaba: “Yo no sabía dar, mi carácter y mis actitudes eran difíciles de llevar. Creía que había nacido para tener una vida desolada, triste y vacía.
También tenía complicaciones para quedar embarazada ya que sufría abortos espontáneos. Murmuraban a mis espaldas porque había tenido tres parejas y no pude tener hijos con ninguno. Me culpaba, me preguntaba por qué y me resigné a que nunca formaría una familia. Mi pareja tenía otras mujeres y vivía libremente, él me decía que las de la calle valían más que yo. No servía para hacer feliz a otra persona”.
Después de años de humillación, Elena supo que podía vivir de una manera diferente y no se dio por vencida: “Una persona me invitó a la Universal, empecé a participar y a escuchar lo que me proponían. Desconocía la forma en la que hablaban, era desconfiada, aun así ponía empeño. Participé, presté atención y fui liberada de muchas cosas. Sin embargo, quería ponerle punto final al dolor que cargaba”.
Ella asumió un compromiso con Dios y con el tiempo los resultados llegaron. Todo lo que vivió, quedó en el pasado: “Hice un voto con el Señor y lo presenté en el Altar. Mi salud se restauró, me casé y luego tuvimos un hijo. Nos conocemos bien y nos respetamos. Él me dice que solamente Dios pudo haberle dado una mujer como yo. Mi matrimonio es sólido y estoy feliz con mi familia”, sonríe junto a su esposo.
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