Abraham tenía todo: tierra, parientes y la casa de su padre. Sin embargo, aún no había engendrado a un hijo.
Me imagino una voz dentro de Abraham, que nadie oía, solo él y Dios, hablando de la falta de hijos. ¡Dudo que él viviera reclamando, murmurando, con quien quiera que sea! Pero, ciertamente, en determinados momentos, la voz de la indignación clamaba: “¡¿Por qué soy infructífero?!”
“Y el Señor dijo a Abram: Vete de tu tierra, de entre tus parientes y de la casa de tu padre, a la tierra que Yo te mostraré. Haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición.” Génesis 12:1-2
Dios oyó aquella voz dentro de Abraham y habló con él. Abraham se unió a aquella voz, no la soltó, y dejó todo atrás. Fue hasta el fin de la vida con aquella voz con la que se había unido. Como consecuencia, llegó a la vejez con todo lo que Dios había dicho que haría en su vida.
Cuando la persona tiene la fe de Abraham y hay algo infructífero en su vida, aunque nadie sepa, hay una voz clamando dentro de ella, un grito que nadie oye ni entiende. Y cuando Dios habla, deja todo atrás, no oye a nadie y va, ¡se une a la voz del Altar hasta el fin!
¿Cómo tener la fe de Abraham y aceptar una vida infructífera?
¿Cómo tener la fe de Abraham y no indignarse con la derrota?
¿Cómo tener la fe de Abraham y estar unido a la voz de la duda, del miedo, de la indecisión, de la malicia?
¿Cómo tener la fe de Abraham y no salir del lugar?
¿A qué voz usted está unido?