Quizás usted esté enfrentando el mismo problema hace mucho tiempo. Pasan los años y el mismo continúa ahí, quitando su paz. Usted pone su fe en acción, ora, ayuna y nada. Incluso mejora por algún tiempo, pero cuando menos lo espera, allí esta él otra vez. Entonces, usted se queja diciéndole a Dios: “Caramba, Dios, ¿hasta cuándo voy a tener que soportar esta situación? ¿Por qué el Señor no me responde? ¿No está viendo mi sufrimiento Señor? ¡No aguanto más!
La impresión que usted tiene es que Dios le dio la espalda y le abandonó en el desierto.
Fue exactamente eso lo que el pueblo de Israel pensó cuando Dios lo sacó de la esclavitud de Egipto y lo llevó al desierto, con el fin de conducirlo a la Tierra Prometida.
Hablando de desierto espiritual es bueno aclarar que existen dos clases: uno por el cual somos llevados por el Espíritu Santo, con el fin de moldearnos, estructurarnos y prepararnos para realizar su propósito en nuestras vidas; y el otro, es el que nosotros mismos nos colocamos, a causa de la terquedad de nuestro corazón, de nuestra incredulidad, por negarnos a escuchar la voz de Dios, renunciar a nuestra propia voluntad, negarnos a nosotros mismos.
Cuando eso sucede, lo único que Dios puede hacer es esperar que usted se arrepienta, que se humille y se ponga en Su dependencia. Mientras eso no ocurra, usted permanecerá en el desierto.
El tiempo de permanencia en el desierto, sea cual fuere, dependerá de nuestra reacción mientras estemos en él.
Usted, ¿en qué está fallando?
En el caso del pueblo de Israel, Dios ya había prometido ponerlos en una tierra que manaba leche y miel, pero dependería de ellos tomar posesión de esa promesa o no. Sería el proceder de ellos durante la caminata por el desierto lo que determinaría si la promesa se cumpliría. Y fue exactamente en eso que ellos fallaron, y tal vez sea en lo que usted también está fallando.
Siempre que Dios quiere entregar algo en nuestras manos, Él nos lleva al desierto – nos pone ante situaciones difíciles, con el fin de probarnos, estructurarnos y hacernos fuertes. Y es precisamente en ese período que somos aprobados o no.
No sabemos exactamente cuánto tiempo el pueblo de Israel hubiese tardado en llegar a la Tierra Prometida si no hubiera sido tan “terco”. La Biblia no lo menciona, pero con certeza no serían 40 años. Tal vez días o meses, no lo sabemos.
Siempre que murmuramos, que somos desobedientes, rebeldes e ingratos, estamos retrasando nuestra bendición, nuestra entrada a la Tierra Prometida (la transformación de la familia, la realización en la vida sentimental, el bautismo en el Espíritu Santo). En el caso de los hebreos, ellos no solo la retrasaron sino que no alcanzaron la promesa.
A pesar de haber presenciado y probado el poder de Dios, de la forma poderosa que Él los libró de las manos del faraón, aun así, en la primera dificultad, ellos comenzaron a murmurar y dudar de la promesa de Dios, hasta el punto de querer regresar a la esclavitud de Egipto (Éxodo 16:2-3).
¿No será eso lo que usted está haciendo?
Cada vez que usted permite que pensamientos como: “Caramba, cuando no era convertido yo tenía eso, tenía aquello, vivía rodeado de amigos, y ahora que estoy buscando a Dios, parece que las cosas empeoraron”, está siendo tan ingrato, tan rebelde, al igual como lo fue el pueblo de Israel, y por eso también ha permanecido en el desierto, dando vueltas y vueltas, enfrentando el mismo problema durante años.
Es como si todo lo que Dios ha hecho en su vida hasta ahora no tienen ningún valor. La paz interior, la alegría incluso en medio de las dificultades, la liberación de los vicios, de la depresión, del deseo de suicidio; todo eso no representa nada. Mucho menos el sacrificio del Señor Jesús.
Durante 40 años Dios intentó moldear a aquel pueblo, volviéndolos espiritualmente fuerte, maduro. Pero ellos se resistieron a Su Voz, fueron tercos, se negaron a someterse a Su voluntad. En lugar de esto, actuaron como niños malcriados, y por eso, murieron en el desierto, aun habiendo recibido la promesa.
Solamente Josué y Caleb entraron en la Tierra Prometida, porque no se dejaron corromper, sino que confiaron en el Dios que los había librado con Mano Fuerte del yugo del faraón.
¿Y usted? ¿Continuará en la terquedad de su corazón y morirá en el desierto como el pueblo de Israel? ¿O hará como Josué y Caleb, que no permitieron que el desierto consumiera sus fuerzas y su confianza en el Dios que los había sacado con Mano Poderosa de Egipto?
Quien decide es usted. Deje un comentario contándonos sobre su elección.
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