En la década del 60, en una zona rural de Canadá, un niño llamado Chris miraba a sus hermanos que se divertían al subirse a las vigas del granero y saltar desde lo alto sobre los granos que amortiguaban la caída. Este era un pasatiempo habitual entre los niños de la hacienda, pero Chris solo miraba, porque les tenía miedo a las alturas. Pero ¿quién diría que ese niño, años después, que también era malo en Matemática sería astronauta? Su objetivo, el de estar entre las estrellas, habló más fuerte que sus puntos débiles.
Chris Hadfield creció en una época en la que las series de ciencia ficción hacían que los ojos de los más pequeños brillaran, el hombre estaba a punto de pisar por primera vez la luna y era muy común que un niño soñara en ser astronauta. Pero ¿por qué tan pocos niños de los muchos que soñaron con eso lo lograron? En 1992, Chris compitió con más de cinco mil canadienses para pasar por el entrenamiento de astronauta y fue seleccionado. Ese hijo de campesinos quería conquistar el espacio y luchó contra el miedo a las alturas. Él decidió jugar con sus hermanos y, cada vez que se subía a las vigas para saltar, elegía las vigas más altas, hasta que el placer de caer sobre los granos se volvió algo habitual. El mismo niño que les tenía miedo a las alturas creció y cumplió misiones espaciales a 440 kilómetros de altura en naves espaciales y en la Estación Espacial Internacional, donde vivió más de cinco meses seguidos. Además, fue el primero de su país en hacer una «caminata» espacial fuera de una nave espacial.
Como todos los astronautas eran científicos, Chris entendió que jamás podría ser uno si no dominaba los números. Comenzó, aún de niño, a poner más fuerza y dedicarles más tiempo a los estudios de las Ciencias Exactas que al de las Ciencias Humanas, en los que ya le iba bien.
Si Chris le hubiera dado más importancia al miedo a las alturas y aceptado que era malo para las Ciencias Exactas, no hubiera entrado a la historia como el astronauta más destacado de Canadá, donde es respetado y querido hasta hoy, incluso después de su retiro. Su éxito fue fruto de entender que necesitaba mejorar y trabajar mucho por eso.
Como Chris, todo hombre, por más fuerte que parezca, tiene sus puntos débiles. Eso no lo hace mejor ni peor. La actitud que se toma con respecto a esos puntos débiles es lo que hace la diferencia.
Es esencial que cualquier hombre reflexione y se conozca a sí mismo; es una señal de humildad. Al saber cuál es su punto débil, puede desarrollar estrategias para esquivarlo y ser más inteligente que su error, así como lo hizo Chris y tantos otros.
El punto débil más difícil
¿Y cuando el punto débil de un hombre es su espíritu o su carácter? Puede ser más difícil vencerlos que el miedo a las alturas. Aun así, vemos en la Biblia casos de hombres que se volvieron superiores a esos puntos débiles cuando recurrieron a Dios para vencerlos. El propio Señor Jesús, por ejemplo, admitió que temía el calvario que viviría, sin embargo, puso al Padre delante de todo, confió (Mateo 26:39) y siguió hacia la más grande victoria de la historia, más importante que conducir una nave espacial.
Muchas veces, un punto débil es un eslabón que, al romperse, destruye toda la cadena, así como la debilidad de un hombre puede destruir toda su vida (vicios, pornografía, deshonestidad, etc.). Pero una de las definiciones de la palabra «cristiano» es ser un «pequeño Cristo». Ser seguidor y seguirlo incluye aprender que Dios es más fuerte que cualquier punto débil y puede evitar que esto comprometa todo lo demás.
Es prudente ser humilde y admitir que tiene debilidades, porque solo después de identificar un problema es posible planear estrategias para vencerlo. Vencer, aun con debilidades, forma parte de ser hijo de Dios y de ser hombre en el verdadero sentido de la palabra.
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