La observación es algo natural en el ser humano. Están los que lo hacen porque quieren aprender, otros buscan copiarse y también están los que quieren hablar mal. Todos, especialmente las mujeres, observan mucho.
Cada uno tuvo una crianza y educación únicas y, por eso, somos muy diferentes en habilidades, gustos y apariencia. La envidia nace cuando una persona mira a otra y se siente incapaz, insegura e inferior.
En todos lados puede haber personas así. Algunas son fáciles de identificar, aunque quizás nunca ha sorprendido a otras que actúan de esta manera.
Quizás ya escuchó gente confesando adulterios, mentiras, robos y hasta asesinatos, pero es muy difícil escuchar a alguien admitir ser envidioso. No es porque sea algo raro, al contrario, la envidia existe en las familias, entre hermanos, amigos, compañeros, vecinos y ni estando dentro de la iglesia usted estará libre de ella.
Se engaña a sí mismo quien piensa que es un simple sentimiento sin grandes consecuencias. Vea los siguientes ejemplos:
• Usted conoce la historia de los hermanos Caín y Abel, la primera familia de la Biblia. Cuando fue reprobado por Dios al presentar su sacrificio, Caín podría haber pedido perdón y haber buscado otra oportunidad. Pero su corazón estaba tan dominado por la envidia que el siguiente sentimiento que tuvo fue odio y mató a su hermano.
• Isaac prosperó, fue muy rico, logró, a través de su trabajo, una gran cantidad de ganado y también hubo una gran cantidad de filisteos envidiosos, que tapaban sus pozos con tierra.
• El mayor sufrimiento de José no se debió a manos enemigas. Él fue víctima de sus propios hermanos, que tuvieron celos al ver el cariño que él recibía de su padre, debido a su espiritualidad y buenas elecciones.
• Y el más envidiado de todos fue el Señor Jesús, que fue perseguido y sufrió desde su nacimiento. Reyes y religiosos no seguían Sus pasos porque creían en Él, no escuchaban Sus enseñanzas porque querían ponerlas en práctica, sino porque tenían sus almas dominadas por la envidia.
Que la alegría del otro sea también nuestra alegría. No hay forma de esconder un sentimiento malo, por más que nos esforcemos. A través de una palabra o actitud, aparece de todas formas.
La envidia es como un iceberg: solo aparece la punta, pero por debajo existe algo enorme que compromete la Salvación. Cuidado para no tener eso escondido en su interior.
Y, aunque no haya envidia, guarde este consejo: cuando tenemos actitudes positivas nos sentimos bien con nosotras mismos y con los demás.
[related_posts limit=”17″]