Innumerables tipos de “basura” pueden estar destruyéndote mientras se apoderan de tu vida. Descubrí cuáles son y la importancia de eliminarlos
Así como una botella vieja o un calcetín sucio en el borde de un contenedor no provocan entusiasmo, hay personas que consideran irresistible la basura y terminan acumulando sentimientos que deberían desechar. Un resentimiento que no va acompañado de perdón, un rencor que mutila el alma, una palabra áspera que abre la puerta de la desilusión, tonterías que adquieren mayores proporciones; todo esto es basura, como la cáscara de una naranja o una servilleta sucia. La avalancha de decepciones coleccionables aflora la piel y saca a la superficie todo el resentimiento que puede existir, subrepticiamente incrustados en el núcleo. De esta manera, el “excremento de las mascotas” queda incrustado en el interior del individuo, ya que, al contrario de lo que se hace naturalmente en casa, que es desechar la basura y ponerla en el contenedor para que el recolector de basura se la lleve, esta “basura” queda en una cúpula intocable.
El corazón es un lugar propicio para distribuir buenas y malas situaciones, por lo tanto, tiende fácilmente a convertirse en un gran depósito. En él se puede arrojar todo tipo de “basura”, desde envidias hasta manías, maldades, insultos, malos ojos, indiferencia, competencia e incluso sentimientos traicioneros de “injusticia”. A este tipo de vertederos también se les pueden atribuir reacciones e intenciones aparentemente inofensivas. No es casualidad que la Biblia especifique que del corazón:
“provienen malos pensamientos, homicidios, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios y calumnias. Estas cosas son las que contaminan al hombre…”, Mateo 15:19-20.
Resulta que la basura rara vez nace como basura, simplemente se convierte en tal, al punto de que mañana una hoja puede ser un boceto y, después de cierto tiempo, papel arrugado en el tacho de la basura.
En Génesis 4:6, Dios le advirtió a Caín sobre la envidia, un deseo perverso que comenzó a dominarlo por no haberlo controlado, dándole origen a una transgresión. Por lo tanto, nos damos cuenta de que el corazón puede ser el escenario de un duelo espiritual amistoso, fruto de una naturaleza pecaminosa. Sin embargo, este conflicto puede diluirse perfectamente cuando entendemos que la mejor manera de afrontar una situación no es “barrer la tierra debajo de la alfombra”, como la herencia adámica. De esta manera, prevalece el deseo Divino:
“Además, os daré un corazón nuevo y pondré un espíritu nuevo dentro de vosotros; quitaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Pondré dentro de vosotros Mi Espíritu y haré que andéis en Mis estatutos, y que cumpláis cuidadosamente Mis ordenanzas”, Ezequiel 36:26-27.
Es interesante notar que Nehemías tuvo la intrepidez espiritual de lidiar con los escombros como se merece: sin grandes negociaciones. Al regresar a Jerusalén y al darse cuenta de que el sacerdote Eliasib, “encargado de los aposentos de la casa de nuestro Dios”, permitió que Tobías ocupara el lugar que no le correspondía, arrojó “todos los muebles de la casa de Tobías fuera del aposento”, Nehemías 13:4,8. A modo ilustrativo, se los debe invitar a retirarse a todos los “escombros espirituales” junto con todos los sentimientos almacenados, en lugar de dejarlos entrar y establecerse. Así como se aconseja en el libro de Eclesiastés 3:6, hay tiempo para todo, incluso “tiempo de desechar”.
Corazón de basura
Es necesario que los seres humanos se deshagan de toda la “basura” que cargan. Sin embargo, muchos, entretenidos por el título de “buena persona” que son, toleran las redadas espirituales que encuentran descanso en su interior. Es fácil ayudar al prójimo, lo difícil es sacar del alma lo que se lleva, por ejemplo, las heridas y los rencores. Por eso tu vida sigue siendo amarga, porque las obras no justifican un corazón amargado. El Señor Jesús vino al mundo y dio Su vida para llevarse nuestros pecados y limpiar tanto nuestra mente como nuestro corazón de toda amargura, para que podamos recibir Su Espíritu. ¿Pensás que Él aceptaría un corazón que tiene algún resentimiento o alguna pequeña partícula, por más pequeña que sea? “Ah, pero Fulano me lastimó”, ¡no importa! Imagínese si Jesús guardara rencor por el mal que Le hemos hecho. ¿Quién se salvaría?
La propia persona, rehén de sus sentimientos, tiene el potencial de convertirse en su mayor enemiga, por eso, es importante que reconozcas que el error está en tu interior. No culpes a nadie, ni a terceros, culpate por ser testarudo, por cargar rencor contra quienquiera que sea. Si querés tener al Espíritu del perdón, primero tenés que perdonar. El Espíritu Santo es Espíritu de perdón, es Espíritu de paz, es Espíritu de vida.
“Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que Él os exalte a su debido tiempo…”. 1 Pedro 5:6