Rogelio estaba sumergido en el mundo de los vicios. “Bebía alcohol, pero llegó un punto en el que no me hacía tanto efecto y necesitaba algo más”, recuerda y agrega: “Entonces empecé a consumir marihuana porque quería sentir mayor satisfacción. Además, comencé a inhalar cocaína y más tarde conocí el crack. Mi esposa no sabía que consumía drogas, lo oculté por un largo periodo, hasta que luego de una de mis andanzas por la calle, volví con una dosis de cocaína a mi casa”.
Su esposa Silvana recuerda que él se olvidó la droga en el bolsillo: “Yo fui a lavar el pantalón y lo encontré allí. Le pregunté sobre lo que había encontrado, pero me mintió. Me dijo que eso se le había caído a alguien en su salón, en la barbería, y que él lo había tomado para tirarlo, pero se había olvidado de hacerlo. Se lo comenté a mi hija y ambas nos volvimos más observadoras. Notamos que él se estaba convirtiendo en una persona muy alterada”.
“Mi esposa empezó a estar más alerta y, un día, entró a la barbería y me vio consumiendo crack. Entonces, vi su cara y le dije: “esto va a terminar conmigo”, relata Rogelio. Silvana asegura que, desde ese momento, la situación de su esposo comenzó a empeorar.
Por su parte, Rogelio subraya: “Mi altar era el kiosco de drogas, los bares y las noches. Me había convertido en un dependiente y el consumo exagerado de esas drogas en simultáneo, me causó depresión. De tener 90 kilos, llegué a pesar 45. Quería que mi situación quedara registrada y comencé a filmarme mientras me drogaba. Tuve dos sobredosis, en esos momentos no podía exhalar, solo inhalaba y creí que me moría”.
Silvana asegura que no sabía qué hacer y agrega: “Discutía mucho con él cuando se iba de la casa. Pero, gracias a lo que aprendí en la Iglesia Universal, comencé a usar la fe. Recuerdo un episodio en el que estaba desesperada, caí de rodillas y oré. Al otro día, fui al Altar para hacer un desafío, era un domingo. El lunes, él se fue de casa, pero a la semana siguiente, volvió y fuimos juntos a la iglesia”.
“Desde ese día, soy otro hombre”, resalta Rogelio. “Ya no siento la necesidad de consumir drogas. El solo hecho de pensar en ellas me produce náuseas. En el Altar todo cambió, y para permanecer allí tuve que buscar el Espíritu Santo. Hoy estoy contando mi testimonio para Su gloria. De ser un adicto al crack, aislado por la sociedad, hoy tengo una vida transformada”, señala.
Por último, Silvana comenta: “No tengo cómo agradecer a Dios por lo que hizo. Restauró mi casa y mi matrimonio”.
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