Aferrándose a los recuerdos del pasado, muchas personas han paralizado sus vidas. Sepa cómo seguir adelante
Naturalmente, al ser humano no le gusta perder. La pérdida provoca un sentimiento de separación que, en muchos casos, es doloroso y se manifiesta ya sea por la ausencia de un ser querido, por la pérdida de un trabajo, una relación, una empresa, un sueño o incluso por una amputación del cuerpo. Este dolor puede manifestarse físicamente, pero generalmente permanece dentro de la persona que se siente herida, generando el duelo.
La psicóloga Cássia Nunes Alves explicó que “el duelo es un proceso natural resultante de la ruptura de un vínculo significativo existente en la vida de un ser humano, representado por una pérdida, como la muerte, la ruptura de una relación o de vínculos”. Durante este período, el individuo puede expresar una serie de sentimientos, que incluyen conmoción, apatía, tristeza, culpa e impotencia.
Según ella, el duelo es un proceso de readaptación a la realidad, dividido en cinco etapas: “negación, ira, negociación, depresión y aceptación”. La negación se caracteriza por el rechazo de la pérdida, lo que puede llevar a la siguiente etapa, que es la ira. Este sentimiento puede influir en el comportamiento del desconsolado, que ve la realidad como una injusticia. La etapa de negociación está marcada por el deseo de hacer algo para revertir esa pérdida. Entonces, la conciencia de la realidad conduce a la depresión, que es el momento de tristeza por la pérdida. Y finalmente se produce la aceptación, que no es sinónimo de olvidar, sino de seguir adelante.
Una herida abierta
El duelo puede variar debido a factores como la personalidad de quien lo pasa, sus experiencias de pérdidas anteriores, las circunstancias de la pérdida y la existencia de una red de apoyo. Es importante que el duelo se experimente por completo hasta la aceptación, de lo contrario el dolor se convertirá en un compañero constante. Una persona cuyo duelo es mal curado experimenta la muerte en su propia vida, se convierte en un muerto en vida.
En la práctica, ocultar el dolor no soluciona el problema; es necesario enfrentarlo para que la esperanza y el consuelo ganen espacio en el alma. Cabe resaltar que la persona que ha pasado por la experiencia de una pérdida no siempre es consciente de que vive en un ciclo marcado por un duelo mal curado, pero algunas señales pueden ayudar a identificar esta situación, como el sentimiento de soledad a pesar de tener a alguien con quien contar y el acto de vivir la vida de forma automática, sin motivación. Una tercera señal es el resentimiento contra Dios por permitir la pérdida. Existe el pensamiento: “Él sabía lo importante que era esto para mí, pero lo permitió”. Entonces la persona se vuelve resentida con Dios y muchos incluso se vuelven ateos debido a esto. Muchos de los que hoy se llaman ateos son personas que se han vuelto resentidas con Dios debido a una pérdida que nunca comprendieron.
La inestabilidad emocional, las alucinaciones de la persona fallecida y la obsesión por recuperar lo perdido también son signos de un duelo mal curado. Identificar estos puntos y reconocer que todavía hay una herida abierta son los primeros pasos hacia una cura completa.
¿Cómo seguir adelante?
La verdad es que es imposible pasar por la vida sin experimentar ningún tipo de pérdida. “Nada dura para siempre, todo tiene fecha de vencimiento. Y cuando una persona entiende esto, le resulta más fácil atravesar la etapa de duelo de una manera que cause menos daño”, expresó la psicóloga.
Aunque no existen estadísticas específicas sobre el tema, el Instituto de Psicología de la UERJ (Universidad Estatal de Río de Janeiro), analizó la condición de los padres que perdieron a sus hijos siendo aún niño y concluyó que la fe es beneficiosa para superar la pérdida. El estudio señala que “la religiosidad/espiritualidad puede servir como un apoyo significativo, ofreciendo una manera de darle sentido a la pérdida”.
Al reconocer esta necesidad humana, Dios envió a la Tierra Su Espíritu, también conocido como Espíritu Santo y Consolador. El Espíritu Santo nos ayuda a ver las situaciones desde una nueva perspectiva, alivia el dolor en nuestro corazón, nos reaviva y nos fortalece para seguir adelante, preservando los buenos recuerdos del pasado y aliviando la tristeza. Proporciona una cura profunda del duelo.
Sin embargo, el papel del ser humano es reaccionar ante el dolor. Para ello es necesario ser sincero consigo mismo y con Dios, perdonarse, liberarse de la culpa y alejar el corazón de las cosas del pasado. Algunas personas se aferran al dolor porque creen que se aferran a lo que han perdido, pero se engañan a sí mismas con el dolor.
Debemos decirle adiós al dolor para que el Espíritu Santo nos lo quite por completo.