En Estados Unidos viven en la pobreza 49,1 millones de personas, según un exhaustivo estudio realizado con un nuevo sistema de medición. El resultado fue publicado por la Oficina del Censo del país. Para comparar en magnitud: esa cantidad de gente supera en más de siete millones a la población total argentina.
La cifra es sensiblemente mayor que la que divulgó el Gobierno estadounidense, como medida oficial: 46,2 millones de pobres. El nuevo método de medición ofrece una visión más completa sobre la pobreza, ya que incluye los beneficios sociales que reciben los pobres y los gastos que pagan.
El índice oficial se centra sólo en salarios en efectivo. La cifra muestra menores tasas de pobreza de niños y personas negras, pero mayores en blancos, asiáticos, hispanos y ancianos con altos gastos médicos. Los datos muestran que la tasa nacional de pobreza alcanza el 16% de la población.
El número eleva la línea de pobreza a un ingreso anual de US$ 24.343 para una familia de dos adultos y dos niños: en EE.UU. se es pobre con un ingreso mensual de $ 8.632,3 (tomando un dólar a $ 4,28).
Parece mentira, pero Estados Unidos nunca se pareció tanto a América latina como en estos días.
Desempleo récord, malestar social, polarización, manifestaciones con dosis de violencia irreconocibles para este país, “okupas” con carpas en plazas, un presidente impopular y una oposición dividida y poco atractiva configuran un paisaje más propio de nuestro folklórico vecindario que de la gran superpotencia mundial.
Pero estamos en la capital norteamericana y hay que refregarse los ojos: 14 millones de norteamericanos (el 9% de su población laboralmente activa) no tienen trabajo, tres de cada cuatro dicen que su país va por mal camino, ocho de cada diez no creen en su gobierno.
El viernes pasado, la tasa de desempleo arrojó una ligera disminución, de 9,1% a 9%, lo que significa que se crearon 80.000 nuevos trabajos. ¿Buena o mala noticia? Insólitamente, algo de cada cosa. Lo positivo es que el dato es recibido con alivio porque la situación no empeoró en un contexto de bajísimas expectativas y una sucesión de indicadores desfavorables. Después de todo, el desempleo en la eurozona fue del 10,2% en septiembre, el más alto desde 1998. Estamos ante el mal del siglo XXI, que genera revueltas populares y fabrica “indignados”, con su cuota, aquí, de anarquistas y sindicalistas aprovechando la ocasión. Lo malo es que se necesita más que el doble de esa cifra y que la desocupación lleva 33 meses seguidos superando el 8%, muy por encima del promedio histórico. A este paso, recién para fines de 2016 el país habrá logrado reemplazar los puestos de trabajo perdidos durante la recesión que terminó hace dos años.