El pecado ha sido la peste más letal de la faz de la Tierra. No solo contaminó a la raza humana y a los animales, sino a todo el planeta Tierra. Solo había y hay una manera de eliminar la maldición del pecado: la muerte del pecado. Pero, ¿cómo matar al pecado sin sacrificar al pecador? Solamente a través de un sustituto del pecador que fuese perfecto o sin pecado.
El sustituto a ser sacrificado no podía estar contaminado de pecado. Es como si alguien quisiera donar sangre impura. No podría. Así es con el sustituto del pecador: tiene que ser PERFECTO.
El animal inocente y perfecto sacrificado para cubrir la “desnudez” de Adán y Eva tipificó al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. El sacrificio de aquel animal sirvió para mantener a la raza humana viva, pero enferma en el alma y contaminada con el maldito ADN del pecado. Así, la humanidad creció infectada.
Adán y Eva continuaron viviendo, pero SEPARADOS del Altísimo.
Para que la raza humana pudiera VOLVER a la comunión con Él, Dios instituyó las Leyes de las Ofrendas y de los sacrificios. Tales Leyes tenían que responder al principio de la Fe. Imagínese al pecador aproximándose a Dios con una ofrenda de sacrificio en la mano y lleno de odio en el corazón. ¿Sería eso posible?
Las ofrendas voluntarias, las ofrendas de sacrificio por el pecado y por la conquista, las ofrendas alzadas de los sacrificios pacíficos y todas las demás ofrendas y diezmos tienen sus objetivos distintos, sin embargo, cada una de ellas tiene un significado distinto, pero todas cargan Un Solo Espíritu: El Espíritu de la Fe. Solo tiene coraje para subir al Altar y sacrificar aquel a quien el Espíritu de Dios le revela la Fe.