No hay fe sin disciplina, sin orden, sin reglas o sin reglamentos.
Así como no hay amor sin fidelidad, sin respeto, sin sumisión.
Creo que es más fácil entender el amor cuando se lo asocia al dinero, por ejemplo. El amor al dinero es la raíz de toda especie de males (1 Timoteo 6:10).
El dinero no es malo. Mala es su pasión por él. Almas han sido lanzadas al infierno por haberle dedicado su codicia desenfrenada a él. La sed, el hambre y la idolatría delegadas al dinero han sido tan intensas, que existen quienes le entreguen el alma al diablo a cambio de él.
Ese amor adicto al dinero hace que sus víctimas lo consideren el primer y más importante señor en la vida. A causa de eso, quien lo ama mata, roba, traiciona, destruye, en fin, es capaz de hacer cualquier cosa para tenerlo. Adora, idolatra, venera, se rinde, se entrega y se vuelve, literalmente, su esclavo. Todo eso por el amor al dinero.
¡Imagínese si ese mismo amor y dedicación fuera ofrecido al Único Señor de los señores! Si así fuera, Jesús no hubiera necesitado venir al mundo a sacrificarse por el ser humano.
El hecho es que quien ama se somete y obedece las leyes del amor.