Esta es una cualidad genuinamente cristiana, pues nadie puede evidenciar un carácter longánimo si no estuviera absolutamente envuelto por el Espíritu del Señor Jesús, porque ser longánimo significa ser paciente para soportar ofensas.
Está claro que muchas personas, de las más variadas religiones, han intentando manifestar este carácter a través del autocontrol mental. Sin embargo, aún así, se vuelve imposible, porque no es el autocontrol de la naturaleza humana lo que hará posible este fruto, sino la acción directa del Espíritu Santo en el interior del hombre, el que producirá la paciencia para tolerar las agresiones que esta sociedad nos impone, por el simple hecho de no asociarnos a ella en sus corrupciones. Solo quien pasó por el nuevo nacimiento tiene esta capacidad.
La longanimidad, como todos los demás frutos del Espíritu Santo, ha sido de extrema importancia, principalmente para quien tiene el gran deseo de hacer que otras personas conozcan al Señor Jesús como Salvador.
Es exactamente en este tipo de cristiano que se hace más necesaria la observación de este fruto, porque así como el Señor fue experimentado y probado por el fuego de los que Lo odiaban, intentando hacerlo reaccionar con el mismo nivel de agresividad que recibía para que demostrase vulnerabilidad, de la misma forma las personas lo hacen con aquellos, que, por amor, se esfuerzan por ganarlas para la vida eterna.
Vea que ahí está el verdadero sentido de la longanimidad; pues, mientras que el mundo se esmera, se empeña y lucha con todas sus fuerzas para destruirnos, nosotros nos esmeramos y luchamos con todas nuestras fuerzas para salvarlo.
Fue así en la Cruz del Calvario. Mientras los hombres ideaban medios para que Jesús sufra cada vez más, hiriéndolo con clavos en las manos y en los pies, con una corona de espinas en la cabeza y con la sed, el Señor oraba por ellos diciendo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.”, (Lucas 23:34).
La longanimidad escapa totalmente de los principios de este mundo, porque si este mundo puede intentar imitar el amor, la alegría y la paz, no puede hacerlo con la intensidad de este fruto del Espíritu Santo, pues, ¿quién y dónde se hallará alguien, no cristiano, capaz de soportar ofensas con paciencia? Puede ser que se encuentre algún no cristiano que lo haga, cuando estas ofensas son justas. Pero cuando son totalmente injustas ¿quién podrá tolerarlas? Solamente por la fe y por el amor al Señor Jesús el cristiano es capaz de soportar todo y cualquier tipo de injusticia y aún así permanecer firme y longánimo.
(*) Texto extraído del libro “El Espíritu Santo”, del obispo Edir Macedo.