Fuera de internet, llamar a alguien “basura”, desear el mal y agredir una autoridad o un desconocido, parecen cosas de personas de nivel bajo, pobres de espíritu o locas. En internet, es común que cualquier tema se vuelva un blanco de comentarios agresivos. Las personas son estimulados a opacar la inteligencia y, cuando la emoción viene, no logran controlarse y explotan, hechos barriles de pólvora.
Una caricatura de 1943, Chicken Little, cuenta la historia de una zorra que quería atacar un gallinero. Eligió al pollito más descerebrado y lo convenció de que el cielo se estaba cayendo. Él esparció el pánico por el lugar: “¡el cielo se está cayendo!”.
Un gallo sabio le mostró que eso no tenía sentido. Irritada la zorra usó rumores y palabras de duda para contradecirlo. Así, las aves dejaron de oír la razón.
No pasó mucho tiempo para que todos crean que el cielo se estaba cayendo y, movidos por la emoción, siguieran al pollito descerebrado a una caverna, bajo la orientación oculta de la zorra, sin saber que estaban yendo al encuentro con el enemigo.
Hoy recibimos muchas informaciones superficiales de los grandes medios. Como en la estrategia de la zorra, las emociones son un medio de manipulación. Las personas poco acostumbradas a pensar y muy hábiles en reaccionar emocionalmente, tienden a juzgar mal. Así, se transforman en armas descerebradas al servicio del peor tipo de enemigo (lo que no es visible).
Aaron Kreiser, profesor en la Yeshiva University, dijo: “Las personas culpables de un “odio infundado” nunca se arrepienten porque no reconocen su pecado. Continúan justificando su odio personal y ofreciendo explicaciones de los motivos por los cuales sus adversarios lo merecen”. Imagine el resultado espiritual de no reconocer un error.
Está quien cree que la mansedumbre y el autocontrol nos hacen tontos o débiles, pero es lo contrario. Fuerte es el que tiene dominio de sí y logra mantener la sangre fría para, incluso, rehusarse a tomar partido si no tiene los datos suficientes para un posicionamiento justo.
Sabe oír, se coloca en el lugar del otro, respeta a las personas y a las opiniones contrarias y, las pocas veces en las que necesita discutir, usa argumentos sólidos y racionales, para ayudar al otro a entender (en el caso que haya lugar), jamás un vocabulario destructivo. Ese es el fuerte. Ese es el que cambia el mundo, el que hace la diferencia.
El cielo no se está cayendo, pero el mundo está listo para cambiar. Podemos elegir seguir a la manada, volviéndonos presas fáciles de quien monte el mejor circo, o mantener nuestro sentido crítico, nuestra inteligencia y nuestra dignidad.
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