¿Vale la pena cambiar el dolor emocional por el dolor físico? La sustitución de una sensación por otra forma parte del día a día de jóvenes que practican la automutilación. Reconocido como un trastorno mental por la Asociación Americana de Psiquiatría desde el 2013, el hábito de lastimarse con cortes, quemaduras y otras acciones de carácter destructivo al propio cuerpo, va en aumento entre niños y adolescentes.
Un análisis reciente divulgado por el Sistema Nacional de Salud Británico, señala que en los últimos dos años la práctica de la automutilación creció un 70% entre niños y adolescentes, de entre 10 y 19 años. Otros estudios realizados en Estados Unidos y en Japón relatan que la práctica se ha vuelto más frecuente en la última década y que ya alcanza a 1 de cada 5 jóvenes de varias partes del mundo. El dato es alarmante para padres, profesores y especialistas.
Pero, ¿qué es lo que lleva a personas tan jóvenes a portar cuchillos, agujas, cúter, hojas de afeitar, pedazos de vidrio o cualquier otro tipo de material que las haga lastimarse a sí mismas hasta sangrar?
Cortes profundos, incisiones, quemaduras, mordidas y rasguños parecen ser el amparo de estos jóvenes. Quien está sufriendo un dolor emocional busca en la automutilación alivio y placer, maneras de olvidarse de los problemas, de las angustias, de los traumas e incluso una forma de lidiar con la sensación de vacío que sienten dentro de sí.
Dolores emocionales vs. razón
Son los dolores emocionales los que más lastiman y, según una investigación de la Universidad Purdue, en el Estado norteamericano de Indiana, los que más perduran. Por lo tanto, pueden ser los grandes responsables por impedir que personas aún tan jóvenes sigan adelante. Por el hecho de no lograr tomar una decisión racional para enfrentar los problemas y los traumas sufridos, tampoco logran discernir lo que es mejor para sí mismos.
El flagelo del propio cuerpo sirve como un sustituto del dolor emocional, para algunos jóvenes que se sienten frágiles delante de la vida. Existe un dicho popular que afirma que “cuando la cabeza no piensa, el cuerpo sufre” y sirve para configurar la situación de esos jóvenes que prefieren sentir el dolor físico.
El vacío necesita llenarse con voluntad, ánimo e inteligencia, para que el joven no se apegue a una red llena de emociones y se hunda aún más.
Mientras más pronto el joven tome consciencia de que quien está al frente de sus propias decisiones es su capacidad de razonar y de decidir qué camino trillar – sea el del lamento o el de la superación -, más rápidamente descubrirá que las experiencias emocionalmente dolorosas no deben perpetuarse en su vida.
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