¡Hola, señora Cristiane!
La Meditación del lunes pasado me recordó algo que Dios me mostró cuando estaba meditando en el libro del Éxodo.
Dios le dijo a Moisés que las mujeres les pidieran a sus vecinas egipcias joyas de plata, joyas de oro y ropa, porque Dios no iba a dejar que Su pueblo saliera de Egipto con las manos vacías. Y así sucedió, Su pueblo salió de Egipto con grandes riquezas.
Sin embargo, esas riquezas estaban destinadas a servir a Dios, y no a sí mismos.
“Y habló el SEÑOR a Moisés diciendo: Di a los hijos de Israel que tomen una ofrenda para Mí; de todo aquel cuyo corazón le mueva a hacerlo, tomaréis Mi ofrenda. Y esta es la ofrenda que tomaréis de ellos: oro, plata y bronce; tela azul, púrpura y escarlata, lino fino y pelo de cabra; pieles de carnero teñidas de rojo, pieles de marsopa y madera de acacia; aceite para el alumbrado, especias para el aceite de la unción y para el incienso aromático; piedras de ónice y piedras de engaste para el efod y para el pectoral. Y que hagan un santuario para Mí, para que Yo habite entre ellos.” Éxodo 25:1-8
Entre esas ofrendas voluntarias, estaban incluidos espejos de bronce que habían dado las mujeres que se reunían para servir a la puerta de la tienda de la congregación. (Éxodo 38:8)
Lo interesante es que esos espejos, que un día habían sido objetos de vanidad, ahora se usarían como un utensilio de purificación – la fuente de cobre en la que el Sumo Sacerdote y los Sacerdotes se lavaban las manos y los pies antes de ofrecer sacrificios a Dios.
Pero no todas las mujeres donaron sus espejos. La Biblia menciona específicamente que las mujeres que servían a la puerta de la tienda de la congregación donaron sus espejos, pues su objetivo era cómo se presentaban ante Dios y no cómo se presentaban ante las personas que las rodeaban.
Entonces podemos concluir que la mujer vanidosa no sirve a Dios, sino a sí misma. La demasiada preocupación por la apariencia obstaculiza el servicio prestado a Dios, pues en lugar de servir a Dios y a las personas (lavando los pies, como lo hizo el Señor Jesús), están mirándose en el espejo.
Cuando la Biblia habla de la belleza de ciertas mujeres como Sara, Rebeca, Ester, Abigail y tantas otras, no se refiere solo a la belleza física, sino generalmente a un conjunto de atributos de esas mujeres.
Sara era hospitalaria, agraciada y llamaba señor a Abraham (sumisión).
Rebeca era sierva (sirvió a un extranjero, a sus sirvientes y camellos), humilde y discreta (se cubrió cuando conoció a Isaac).
Ester era humilde (oía los consejos dados por su tío y por el jefe de los eunucos), y una sierva que arriesgó su propia vida para salvar a la nación.
Abigail era humilde, sensata, comprensiva, trabajadora, sierva, sabia, valiente y apaciguadora.
Cuando la Biblia se refiere a esas mujeres, entre otras, no dice si eran delgadas, gordas, altas, bajas, pero siempre enfatiza los atributos que se refieren a su carácter.
Gracias por las meditaciones, ¡no me pierdo ni una!