“Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya, porque si no me voy, el Consolador no vendrá a vosotros; pero si me voy, os lo enviaré. Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio.” (Juan 16.7-8)
Cuando alguien señala un error nuestro, nos sentimos ofendidos. Sin embargo, cuando el Espíritu Santo nos convence del mismo, nos sentimos avergonzados. Es un gran error mostrarle el pecado a alguien para intentar convencerlo de buscar a Dios.
El mundo ha reaccionado de una manera equivocada bajo la ley del “ojo por ojo, diente por diente”, con desprecio hacia la familia e invirtiendo totalmente los valores. Pero ¿quién podrá convencer al mundo de sus errores? Es sabido que la gente piensa que lo correcto es equivocado y lo equivocado, correcto. Y encima piensan equivocadamente sobre Dios, creyendo que Él castiga con el inferno, cuando el inferno es para el diablo.
Tal vez, trató ya varias veces hacer algo por sus hijos o familiares buscando convencerlos de cambiar de actitud: les obsequió cosas, pagó viajes y tuvo en cuenta sus deseos, pero nunca o casi nunca sirvió. ¡Nada cambió! “de justicia, por cuanto voy al Padre y no me veréis más; y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado.” (Juan 16:10-11)
Si el diablo fue juzgado y condenado, significa que ya está derrotado. Entonces, él ¡tiene que perder a su familiar! El trabajo del Espíritu Santo es el de convencer y el nuestro es traer a esa persona hasta Él.
Después de todo ya les hemos dado tantos regalos tratando de convencerlos de que los amamos y de que queremos ayudarlos. Eso, sin contar, las oraciones que hicimos para que Dios cambie los pensamientos que tienen. Por lo tanto, si Dios nos ha dado el Espíritu Santo, ¡También tendrá que darnos a nuestros familiares!
Y no hay nada que nos avergüence más que ver a personas, en la Iglesia, sin sus familiares en la misma fe. Es normal que haya oposición, sin embargo, lo que debería suceder es que la gran mayoría de ellos estén en la iglesia. Pero algunas personas tratan de convencerlos con palabras, en lugar de mostrar un buen testimonio. Y son esos mismos fieles, los que van dejando de creer que sus familiares vendrán y terminan abandonando su total dependencia de Dios y empiezan a mirar la situación de una manera lógica y física.