G erardo compró un estante para decorar la pared principal de su sala de estar. Cuando lo trajeron, los empleados lo emsamblaron. Después de casi una hora estaba listo. Sin embargo, ni bien cerró la puerta, el mueble se vino abajo.
Gerardo no lo podía creer. Intentó recordar cómo lo habían armado. Encajó las piezas y más de una hora después, disfrutó el resultado como un logro personal. Pero estaba armado al revés, hizo lo opuesto a lo que debía.
Con tedio, volvió a juntar las piezas, a fuerza de prueba y error. Ni siquiera pensó en leer el manual de instrucciones guardado en la caja. Era tanta su ansiedad, que perder tiempo con eso era lo último que se le ocurriría. Finalmente, después de más de tres horas, el mueble estaba listo. Aunque estaba cansado, miraba con alegría su maravilloso estante.
Comenzó a poner las adornos, el equipo de audio y las fotos familiares.
Al llegar su esposa, estaba encantada y le pidió que se acercara al estante para sacarle una foto. Cuando lo hizo, en un segundo, las casi tres horas de sacrificio y de ensamblado de su obra maestra se vinieron abajo.
Eso fue suficiente para que Gerardo se sentara en el suelo a llorar como un nene. No podía encontrarle explicación. Mientras tanto, guardado en la caja de partes, junto al manual de instrucciones; estaba el tornillo que faltaba para que el estante quedase perfecto.
Si lo comparamos con la vida espiritual, esto nos muestra que podemos intentar mantenernos firmes con Dios. Sin embargo, si nos falta el “tornillo” principal (el Espíritu Santo), no soportaremos el peso (los problemas). Su Presencia es la que nos ayuda a mantenernos de pie y a cargar el peso, aunque nos parezca que es demasiado difícil.