Lava tu corazón de maldad, oh Jerusalén, para que seas salva. ¿Hasta cuándo permitirás en medio de ti los pensamientos de iniquidad? Jeremías 4:14
No fue porque Jerusalén se encontraba físicamente devastada que Jesús lloró cuando entró allí. Lloró porque su condición espiritual y, consecuentemente, moral, estaba como la ciudad de Río de Janeiro: en el lodo.
Al mandar a Jerusalén a lavar su corazón de la maldad, para ser salva, el Señor señaló por qué la mayoría de los “cristianos” ha sido débil, enferma y ha estado al borde de la tumba. Es muy duro hablar así, pero es el grito Divino para despertar a aquel que, de una forma o de otra, abrió la puerta del alma y permitió la entrada de la maldad. Y lo peor: incluso viviendo los límites de la miseria espiritual, aun no se da cuenta de la alerta del Espíritu Santo por intermedio del profeta Jeremías.
¿Qué hacer?… Si no oyen a Aquel que convence del pecado, ¿oirán a Sus siervos?
Oh SEÑOR, ¿no miran Tus ojos a la verdad? Los azotaste, y no les dolió; los consumiste, y no quisieron recibir corrección; endurecieron sus rostros más que la piedra, no quisieron convertirse. Jeremías 5:3