El libro del Apocalipsis es dirigido a las siete iglesias del Asia. Hoy en día, debido a los cambios políticos que modificaron las fronteras, esa región donde estas siete iglesias se encontraban pertenece a Turquía, en el continente europeo.
Como el número siete simboliza la perfección, creemos que estas siete iglesias representan la totalidad de la iglesia del Señor Jesucristo. Ellas son como un espejo que refleja el perfil del cristiano.
Cada una de ellas muestra el carácter o la calidad de cristiano que hay en cada uno de nosotros, además de mostrar también el tipo de carácter de iglesia que hubo y que hay en el mundo.
Y el Apocalipsis es dirigido a estas iglesias, como una advertencia personal del Señor Jesús. Por eso, es muy importante que, mediante Su revelación, cada cristiano evalúe minuciosamente la calidad de siervo que ha sido para su Señor.
Semejante al hijo del hombre
Obviamente la visión que Juan tiene del Señor Jesús, en la Isla de Patmos, no es la misma que nos da en su Evangelio. El Señor Jesús glorificado no tiene la misma apariencia de Jesús, Hijo del Hombre.
Los cuatro Evangelios nos presentan la doble naturaleza del Señor, es decir, Su naturaleza humana y Su naturaleza divina, Hijo de Dios. De esta manera, Él fue la única Persona que en la parte humana tuvo madre pero no tuvo padre; y en la parte divina tiene Padre pero no tiene madre.
Además, ésta es la condición permanente del Señor Jesucristo. Y cuando vino por primera vez a este mundo, Él se manifestó solamente como hijo del Hombre, es decir, como ser humano, nacido de María, aunque mantuviese Su naturaleza divina.
Después de muerto, resucitado y glorificado, asumió Su naturaleza divina, que el apóstol Pablo describe así:
“Ésta es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda la creación; porque en Él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y sobre la tierra, las visibles y las invisibles; sean tronos, sean soberanías, sean principados o potestades. Todo fue creado por medio de Él y para Él. Él es antes de todas las cosas. En Él, todo subsiste.” Colosenses 1:15-17
¿Habrá sido así el Señor glorificado que el apóstol Juan vio? Inicialmente, no. Veamos el texto:
“Me di vuelta para ver quién hablaba conmigo; y, vuelto, vi siete candeleros de oro y, en el medio de los candeleros, Uno semejante al Hijo del Hombre, vestido con una ropa que llegaba hasta los pies y ceñido, a la altura del pecho, con una cinta de oro.” Apocalipsis 1.12 -13
Notemos que primero el apóstol ve los siete candeleros de oro: “…. y los siete candeleros son las siete iglesias.” (Apocalipsis 1.20). Lo que enseguida llama la atención aquí es que Juan, antes de ver al Señor Jesús glorificado, ¡ve a Su Iglesia!
Y al Señor Jesús en el medio de Su Iglesia; “y, en el medio de los candeleros, Uno semejante al Hijo del Hombre…” (Apocalipsis 1.13). Significa que nadie es capaz de ver al Señor Jesús en gloria si no es a través de Su Iglesia.
En otras palabras, para que las personas puedan tener acceso a la gloria del Señor Jesús, es decir, a su salvación eterna, necesitan ver esta misma gloria en Su Iglesia. De allí la gran responsabilidad de aquellos que forman parte de ella, ¡especialmente sus dirigentes!
Cuando una persona, desilusionada por todo el engaño del mundo, desea encontrar a Dios, ¿adónde se dirige primero? ¡A una iglesia cristiana! ¿Por qué? ¡Porque ella cree que allí el Señor Jesús está presente!
Pero si en esa iglesia, tanto el pastor como los miembros no resplandecen la imagen del Señor Jesús, ¿cómo será salva aquella persona?
Es muy cierto que aquellos que piensan que pueden mantener la comunión con el Señor Jesús del lado de afuera de la Iglesia no tienen la más mínima idea del perjuicio que se están causando a sí mismos.
Estar fuera de la convivencia de la Iglesia es lo mismo que intentar criar peces fuera del agua. Pero también es verdad que la Iglesia tiene la obligación de manifestar la gloria del Señor Jesucristo, conforme Él mismo dijo: “Vosotros sois la sal de la tierra, pero si la sal se desvaneciere, ¿cómo restaurarle el sabor? No sirve más para nada, sino para ser echada fuera, para ser pisoteada por los hombres.” (Mateo 5.13).
La sal tiene dos funciones: dar sabor y conservar. El cristiano tiene la responsabilidad no solamente de manifestar la presencia de Dios en el mundo, como testigo del Señor Jesús, sino también de conservarse inmune al pecado, siendo un cristiano cristalino, ya que el pecado no tiene dominio sobre él: “Porque el pecado no tendrá dominio sobre vosotros; pues no estáis por debajo de la ley, y sí de la gracia” (Romanos 6.14), . Aquél que es de Dios ora; clama; suplica, ayuna, gime, en fin, lucha con todas sus fuerzas para que la Iglesia sea viva y ¡llena del Espíritu Santo!. Además, aquél que clama por la Iglesia clama por sí mismo.