“Pero el Señor había dicho a Abram: Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré.”, (Génesis 12:1)
Dios le dio una orden. Abram escuchó y debió evaluar si era capaz de obedecer lo que el Señor le pedía. Por su humildad, él recibió fe para obedecer esa voz, aunque no tuvo Su respuesta en ese momento, tomó la decisión de obedecer.
En el momento que comenzó a caminar recibió la visión de a dónde debía dirigirse. Eso es lo que necesitamos entender, Dios habla con los que son humildes de espíritu, no con los arrogantes.
El problema que tienen las personas que dicen creer en Dios o que tienen una fe emotiva es que saben lo que tienen que hacer, pero la voz del corazón grita más fuerte.
Así sucede en nuestra vida, yo soy un testimonio de eso. Pensaba que era joven para entregarme, hasta que llegué al fondo del pozo, allí estaba preparado para oír la voz de Dios.
Quizás usted es una persona buena, generosa, sincera, pero todavía ha resistido Su voz, no da oídos y ha sufrido por eso. Yo también lo hice mientras no seguí Su voz. Pero tuve que reconocer que Lo necesitaba.
La fe es la voz de Dios dentro de nosotros, si la oímos, conquistaremos lo que Él nos ha preparado.
Abraham tenía 75 años y su esposa 65, era estéril, no tenían hijos. Aunque él podía tener a otras mujeres y realizar su sueño de ser padre; quería descendencia de la mujer que amaba. Su lealtad, su fidelidad llamó la atención de Dios.
Cuando el Señor le habló, le hizo promesas y lo convenció de que lo convertiría en una gran nación. Pero, para que el sueño de Abraham fuera compatible con el de Dios fue necesario que se humillara y obedeciera la voz de la razón. Él dio oídos y se convirtió en una gran nación. Así también, el Padre quiere convertirnos en un Abraham.
Fuente: Palabra Amiga, Obispo Macedo