Situado en una región árida, el Monte Sinaí posee una característica importante: está rodeado por desierto. También conocido como Monte Horeb, la escasa vegetación de esta región marca el acantilado más empinado.
La imagen hoy de ese lugar parece ser la misma que los tiempos de Moisés, época en que el pueblo gemía afligido sometido al domínio de los egipcios. A pesar de ser esclavos miserables, tenían conciencia de la existencia del Dios de sus padres, el mismo de Abraham, de Isaac y de Israel. Y, seguros de las promesas hechas por Él, delante de tanta humillación, clamaron al Señor.
Tras este clamor colectivo, la Biblia afirma que: “Oyó Dios su gemido, y se acordó Dios de su pacto con Abraham, Isaac y Jacob. Y miró Dios a los hijos de Israel, y Dios los tuvo en cuenta.” (Éxodo 2.24-25). Entonces, el Señor planeó liberar a Israel y escogió el Monte Sinaí como Su lugar santo para sacrificios.
Pero, ¿no habría una localidad más famosa y llena de vida en toda aquella región? O, ¿Dios optó a propósito por un lugar con las mismas condiciones que Su pueblo? ¿No sería ese el verdadero motivo por el que Dios escogió el Monte Sinaí para transformarlo en Su Altar? Podemos creer que sí. Algunas veces, el Señor Jesús también buscó espacios aislados para quedarse a solas con el Padre.
Los lugares desiertos son naturalmente abandonador por no ofrecer cualquier tipo de beneficio. Los montes en lugares áridos sirven, apenas, como un pasillo por donde pasan los viajeros, pues nadie se aventura a vivir en esas regiones debido a la escasez de agua. Y fue, justamente, un lugar despreciado el que se convirtió en el Trono del Señor. Allí Dios estableció Sus promesas eternas, además de leyes de comportamiento espiritual y social que serivieron para la constitución de la Nación de Israel.
Hoy, el Sinaí simbaliza las clases sociales desfavorables, las personas que luchan contra la miseria. Paradojamente, si para el hombre, ellas son como desiertos sin vida, para Dios son como jardines con flores.
Ese es el espíritu de la fe critiana hasta los días actuales: “sino que Dios ha escogido lo necio del mundo, para avergonzar a los sabios; y Dios ha escogido lo débil del mundo, para avergonzar a lo que es fuerte; y lo vil y despreciado del mundo ha escogido Dios; lo que no es, para anular lo que es; para que nadie se jacte delante de Dios.” (1 Corintios 1.27-29)
El Sinaí representa el pueblo rechazado, abandonado, injusticiado y despreciado por los hombres, pero escogido por Dios. Ese es el Monte de la Salvación, de la respuesta de Dios y del cumplimiento de Sus promesas.
Dios les bendiga,
Obispo Edir Macedo