“…y ahora nuestra alma se seca; pues nada sino este maná ven nuestros ojos.” Números 11:6
Dios le había dado lo mejor a Su pueblo, el pan de los cielos, de los ángeles, que era como una torta de miel, el alimento reservado para los vencedores. Sin embargo, esa dádiva fue “despreciada”, considerada como nada.
Ellos recibieron la carne que tanto deseaban, pero inmediatamente después murieron con ella entre los dientes.
“… por cuanto allí sepultaron al pueblo codicioso.” Números 11:34
En los días de hoy no ha sido diferente. Dios siempre nos ha dado lo mejor en todos los sentidos.
Sin embargo, ¿cuántos desprecian lo mejor que recibieron en la vida sentimental, por desear a otra persona?
Y, siendo vencidos por la carne, mueren en su pecado. En la mayoría de los casos, no hay muerte física, sino espiritual.
Lo mismo ha sucedido con relación al Espíritu Santo.
Él es el Espíritu del Señor Jesús, el Espíritu de la vida.
¡Aquel sin El cual no podemos hacer absolutamente nada!
Él también ha sido “despreciado”, considerado como nada, siempre que el deseo por una bendición es superior que el de recibirlo.
Un milagro por mayor que sea no garantiza la vida eterna.
Pero el Espíritu Santo sí, ¡porque Él es el Sello de nuestra Salvación!
El Pan de la vida que por muchos ha sido cambiado por los deseos de la carne de este mundo.