El Dios Altísimo es El mejor en todo. El Mejor Señor, el Mejor Consolador, El Mejor Padre, El Mejor Inspirador, El Mejor Amigo, El Mejor Guía, El Mejor Marido… Y nosotros, como Sus representantes aquí en la Tierra, también debemos destacarnos como mejores en todo, a fin de que las personas a nuestro alrededor vean quién es Él a través de quiénes somos nosotros.
El problema es que muchos no se han fijado en eso o han perdido esa visión con el pasar del tiempo. Estos son los mejores en la iglesia y en los servicios directamente relacionados al campo espiritual, pero dejan que desear en sus papeles cotidianos como padres, hijos, maridos, esposas, empleados, patrones, etc. Buscan perfeccionarse como siervos de Dios, pero se olvidan de perfeccionarse como siervos de sus semejantes. Así, no es de extrañar que su fe pierda credibilidad delante de aquellos con quienes conviven.
Debemos recordar que, para cumplir con eficiencia la misión de ganar almas que nos fue dada, es fundamental que seamos considerados un referente para aquellos que no conocen a Dios, para que tengan interés en conocerlo. A fin de cuentas, ¿quién desearía servir al Dios Eterno de un padre distante, de un hijo problemático, de un marido relajado, de una esposa irritante, de un empleado perezoso o de un patrón injusto? ¿A qué persona le gustaría conocer la fe de otra que se comporta de forma peor o igual a ella? El Altísimo, en Su Infinita Sabiduría, nos orienta al respecto de eso: “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.”, (Mateo 5:16).
Pero, ¿cómo ser el mejor en todo? Dios deja el consejo en Colosenses 3:17-24: “Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el Nombre del Señor Jesús… Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres… A Cristo el Señor servís.”.
Ser el mejor en todo no es arrogancia, prepotencia, orgullo, ni vanidad. Sino que es mostrar el ADN del Todopoderoso corriendo por sus venas. Ser el mejor en todo es competencia cristiana.
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