“Y brotará un retoño del tronco de Isaí, y un vástago de sus raíces dará fruto”. (Isaías 11:1).
Dios no está interesado solamente en lo que hacemos, sino en por qué lo hacemos. Así como David, que deseó construir un Templo para Él, porque pensaba: “Yo no puedo tener más que Dios. Vivo en un palacio, mientras el Arca de la Alianza está en una tienda”.
David decidió ofrecer su tesoro personal para dedicarlo a la construcción.
Esa iniciativa agradó profundamente a Dios. David no fue motivado por una obligación ni por un mandamiento específico. Lo hizo por amor. Dios nunca se lo había pedido, pero David pensaba en el Señor y quería honrarlo.
Hay un valor especial en dar sin que nos lo pidan. Es como un regalo: recibir algo en el cumpleaños tiene su significado, pero un regalo inesperado tiene un valor diferente. Demuestra que alguien pensó en vos, que quiso expresar gratitud y cariño sin necesitar una ocasión especial.
De la misma forma, Dios valora profundamente cuando hacemos algo por Él sin que nos lo haya pedido, o cuando pensamos, cada día, en cómo agradarlo. Fue esa actitud la que le trajo a David un privilegio sin igual. David no solo honró al Señor, sino que también bendijo el nombre de su padre y de toda su descendencia.
La promesa se cumplió, y del tronco de Isaí vino Aquel que traería salvación al mundo: Jesús, el Hijo de David.