“Porque si alguno es oidor de la Palabra pero no hacedor de ella, este es semejante al hombre que considera en un espejo su rostro natural. Porque él se considera a sí mismo, y se va, y luego olvida cómo era.”
(Santiago 1:23-24)
Se mira al espejo, le gusta lo que ve, después sigue su camino y ni recuerda su rostro. Así es el que oye la Palabra de Dios y no la practica. Piensa que es genial, linda, excelente, pero al instante que sale de la iglesia (o al instante que cierra el libro) no la recuerda más. No la recuerda porque no prestó atención. No prestó atención porque no le pareció importante. La oye y la entiende de manera superficial, religiosa. Y piensa que eso es suficiente.
Use la mente. Si no practica la Palabra, no verá un resultado. Si no viene un resultado, no culpe a la iglesia, al cristianismo o a la Biblia. Los versículos memorizados no hacen magia. Quien oye y practica, cosecha los beneficios. Quien oye y no practica, solo pierde tiempo. “Escogí el camino de la fidelidad, he tenido presentes Tus decisiones” (Salmos 119:30). Quien escoge el camino de la fidelidad, cosecha los beneficios de la fidelidad.
Quien escoge el camino de la infidelidad, cosecha los frutos podridos de la infidelidad que sembró. Quien siembra injusticia, cosecha injusticia. Quien siembra falsedad, cosecha falsedad. Usted nunca verá a Dios mientras que mire su propio rostro en el espejo. Usted solo se verá a sí mismo. Mientras que oiga la Palabra y no la practique, estará mirándose a sí mismo, centrado en sus problemas, en su egoísmo y en su forma de resolver las cosas. Pero si comienza a poner en práctica todo lo que oye, puede estar seguro de que inmediatamente será puesto bajo la protección del Altísimo y pasará y tener derecho a todas las promesas.
Para lograr alcanzar cualquier cosa de la Palabra de Dios, es necesario practicarla.
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Fuente: Libro “El Pan nuestro para 365 días”, del obispo Edir Macedo