Cuando juzgamos, condenamos o criticamos a alguien, asumimos sin darnos cuenta, la posición del propio Dios
En una época en la cual los poderosos hacían sus propias leyes, cuando el mundo era algo para ser conquistado a cualquier precio, reyes y emperadores, escribían su propia historia e inspiraban innumerosas leyendas.
Una de ellas, pasada de generación en generación, cuenta que, al regresar victorioso de sus embestidas a los reinos de Europa, trayendo riquezas y prisioneros, un emperador mandó a que preparen un suntuoso banquete. Todavía embriagado por sus recientes conquistas, dijo delante de sus invitados:
-¡He tenido muchas conquistas y mi imperio se extiende por todos los pueblos y naciones! Mi ejército es el más poderoso del mundo! ¡Por eso soy temido por mis enemigos y admirado por mi pueblo, a partir de hoy, decreto que debo ser tratado como un “dios”, pues es lo que yo soy: dios!
Los invitados, una banda de aduladores e interesados, rompieron en aplausos, aclamando al emperador: ¡nuestro dios, nuestro dios!
Un extranjero sabio, exitoso comerciante de oriente, viendo el insano delirio de los invitados, se acercó al soberano y le hizo un pedido:
-Señor “dios”, vengo con humildad a pedirle ayuda. Tengo, en este instante, una enorme caravana, cargada de manjares, que traigo para vender en este imperio. Son más de 60 camellos y 120 hombres, varados en el desierto a causa de una tormenta de arena. Mi experiencia nada puede hacer ante esta situación-dijo.
-¿Por qué te atormentas con tan poco? Mandaré ahora mismo que 400 soldados vayan a buscarlos y a rescatarlos. En breve, estarán todos aquí y nada se habrá perdido-aseguró el orgulloso “dios”.
El hombre, oyendo la respuesta, retrucó respetuosamente:
-No se moleste a tal punto, señor “dios”, sacando de su lugar a centenas de hombres que seguramente tienen otras funciones y se encuentran a su servicio. Solamente mande que el viento se calme y, así, en pocos segundos resolveremos el problema.
En ese instante, viendo que no podría hacer eso, el emperador supo de lo ilógico de su pretensión. ¿Cómo controlar el viento? Entonces apareció un profundo silencio en el inmenso salón; hasta la música se detuvo. La multitud entendió que absurda era la comparación de un simple mortal con el propio Dios.
¿Cuántas veces, aunque no seamos tan locos como para meternos en líos como éstos, tenemos un poco del orgullo que tenía el emperador? Cuando juzgamos, condenamos o criticamos a alguien, asumimos, sin notar, la posición del propio Dios. Hasta cuando tomamos decisiones en nuestra vida personal sin cualquier consulta al creador. Llamamos a Jesús Señor, pero en verdad, nos servimos a nosotros mismos.
El Señor Jesús, cierta vez, llamando a intervenir en una causa ajena, respondió: “¿Quien me constituyó juez entre vosotros? (Lucas 12.14), mostrando su cuidado en emitir conceptos. Bien dice el apóstol Santiago:
“¡Vamos ahora! los que decís: Hoy y mañana iremos a tal ciudad, y estaremos allá un año, y traficaremos, y ganaremos;
cuando no sabéis lo que será mañana. Porque ¿qué es vuestra vida? Ciertamente es neblina que se aparece por un poco de tiempo, y luego se desvanece.
En lugar de lo cual deberíais decir: Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello”
(Santiago 4:12-15)
Que el Señor tenga misericordia de nosotros y nos enseñe a servir.