El orgullo es el origen de todos los pecados de la humanidad. Gracias a este, Lucifer se convirtió en el diablo y encontró la manera de poner la semilla maligna en el corazón del hombre.
Lucifer era perfecto, sabio y hermoso, pero se dejó llevar por el orgullo: “Tú que decías en tu corazón: Subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono, y en el monte del testimonio me sentaré, a los lados del norte; sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo.”, (Isaías 14:13-14).
Muchos alcanzan una posición de poder y comienzan a vanagloriarse y a despreciar a los demás. El problema es que es difícil que el orgulloso se reconozca como tal. Así comienza su autodestrucción, porque no se va a arrepentir y si no lo hace, perderá su salvación.
Nabucodonosor, rey de Babilonia sufrió porque se creyó superior a Dios. Su soberbia era tanta que ordenó la construcción de una estatua de oro para que todos lo adorasen. Un tiempo después, Dios le hizo saber, por medio de un sueño, lo que le sucedería a él y a su reino hasta que reconociese la soberanía del Altísimo:
“Que te echarán de entre los hombres, y con las bestias del campo será tu morada, y con hierba del campo te apacentarán como a los bueyes, y con el rocío del cielo serás bañado; y siete tiempos pasarán sobre ti, hasta que conozcas que el Altísimo tiene dominio en el reino de los hombres, y que lo da a quien él quiere.”, (Daniel 4:25).
Analice y vea si no se está dando a sí mismo la gloria que le pertenece a Dios. Si es así, sepa que está sembrando la semilla de su ruina.
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