Jesús nos enseña la parábola del hijo pródigo: “Y el menor de ellos dijo a su padre: … dame la parte de los bienes que me corresponde. No muchos días después, juntándolo todo el hijo menor… desperdició sus bienes viviendo perdidamente.”, (Lucas 15:12-13).
El menor gastó todo y pasó hambre: “Y deseaba llenar su vientre de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba.”, (Lucas 15:16).
Cuando se dio cuenta lo que había hecho, se arrepintió: “Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo…”, (Lucas 15: 18-19). Su padre lo perdonó: “… Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta.”, (Lucas 15:23). El hijo mayor no comprendió, entonces el padre le explicó el por qué de su actitud: “… He aquí, tantos años te sirvo, no habiéndote desobedecido jamás, y nunca me has dado ni un cabrito… Pero cuando vino este tu hijo, que ha consumido tus bienes con rameras, has hecho matar para él el becerro gordo. Él entonces le dijo: Hijo, tú siempre estás conmigo, …Mas era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este tu hermano era muerto, y ha revivido…”, (Lucas 15: 29-32).
Jesús quiso mostrar que hay personas que podrían tener lo que quisieran si obedecieran a Dios. El padre de la parábola representa a Dios, porque nuestro Padre quiere ayudar a los que están perdidos y tienen la intención de arrepentirse para tener una nueva vida.
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