“El que es de Dios, las palabras de Dios oye; por esto no las oís vosotros, porque no sois de Dios”
El que es de Dios, las palabras de Dios oye…” (Juan 8;47). Pero quien predica o enseña la misma Palabra, obligatoriamente, tiene que ser el primero en practicarla.
En este mensaje el Señor Jesús separa la paja del trigo, definiendo bien quién es de Él y quien no. Hace así para alertar a los verdaderos siervos.
Cuando se nace de Dios, la característica más grande y evidente es el cambio de carácter. Por más mala, mentirosa o disimulada, luego del nuevo nacimiento, la persona es transformada como el agua para el vino.
Soy un testimonio vivo de eso. Recuerdo bien mi mal genio. El perdón no formaba parte de mi vida. Pasé dos años sin hablar con mi hermana. Era una persona de mal carácter, extremadamente temperamental. Pero, luego de mi nacimiento del Espíritu, me convertí como un niño. Todo cambió en mí. Me sorprendí a mí mismo y a mis familiares al punto de volverme un extraño en casa. Mis pensamientos y objetivos cambiaron, consecuentemente, las actitudes también. Todos notaron una enorme diferencia en mi comportamiento y en mi forma de hablar.
A veces, por los problemas causados por mi mal carácter, nos enojamos. Pero, luego pasa. Y, cuando la ira insiste en quedarse, oro por ellos y luego la paz interior vuelve a reinar. Es una maravilla convivir con la conciencia en paz.
He acompañado la invasión que el espíritu del odio, confusión y engaño ha hecho en el sembradío de mi Dios. Sé que hay riesgo de muerte mientras que el Señor Jesús no haya sido formado en el interior de los novatos en la fe. El diablo también lo sabe. Por eso, su odio crece y se esparce. Siento mi alma agonizante. Pero, ¿qué hacer? Obligar a los incautos a quedarse, no puedo. Espero, por la fe, que un día les “caiga la ficha”, se arrepientan y vuelvan al primer amor.
Comprendo muy bien las palabras de Pablo, cuando dijo: “por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros” (Gálatas 4:19).
La búsqueda de éxito a cualquier precio instiga la falta de temor y respeto a la Obra de Dios. Y lo peor: promueve la rebeldía. Infelizmente, este problema siempre estuvo presente en la historia de la construcción del Reino de Dios en los corazones. Sugiero, entonces, la meditación en el texto a continuación, como una forma de alerta.
“El que es de Dios, las palabras de Dios oye; por esto no las oís vosotros, porque no sois de Dios” (Juan 8:47).
O sea, quien rechaza las palabras de Jesús, no es de Dios.
Obispo Edir Macedo