Laura permaneció allí, parada, durante algunos minutos. Las palabras de Rut aun resonaban en su mente. “¿Sabes qué es eso? Falta de la presencia de Dios”.
Hacía mucho tiempo que Laura no hablaba con Dios. No sabía más cómo hacerlo. Era como si existiera una barrera que le impedía llegar hasta Él. No tenía coraje, creía que no la escucharía. ¿Después de todo lo que ella hizo? No, ella no lo merecía. Se sentía sucia e indigna.
En la adolescencia, Laura frecuentaba la iglesia y participaba activamente del grupo de jóvenes.
Mientras tanto, a los 18 años, conoció a un muchacho. Él no frecuentaba la iglesia, pero era muy respetuoso y ya hacía tiempo que le había declarado sus sentimientos. Aunque los padres de Laura no lo aprobaron, ella estaba encantada por él, y se pusieron de novios, aún sin el consentimiento de los padres.
No pasó mucho tiempo para que Laura comenzara a disminuir su frecuencia a la iglesia. Ya no tenía tanto placer de participar de las actividades del grupo joven, como antes. Cuando las amigas la buscaban, siempre ponía una excusa, y poco a poco fue apartándose, hasta desvincularse completamente.
Su novio, que hasta entonces parecía perfecto, poco tiempo después comenzó a demonstrar un celo enfermizo. La llamaba a cada instante. Quería saber dónde y con quién estaba. Controlaba todos sus pasos, al punto de que Laura se sintiera cada vez más sofocada.
Se metía en todo. Desde su manera de vestirse hasta en su manera de hablar. Las peleas eran constantes, hasta que, al no soportar más aquella situación, Laura terminó todo. Arrepentido, él llamaba, pedía perdón, imploraba que ella volviera. Pero, ella estaba decidida. No quería más nada.
Disgustado, comenzó a amenazarla, comenzó a seguirla camino a su trabajo y hacía de su vida un tormento. Aún así ella permaneció firme en su decisión, hasta que él no la buscó más.
Le había dado la espalda a Dios en función del que juzgaba que era su gran amor y ahora estaba solita. Tenía ganas de salir corriendo hacia aquel ambiente fe que vivió, pero algo se lo impedía. Varios pensamientos venían a su mente. “Todos te van a acusar”, “Van a mirarte diferente”, “Ese no es más tu lugar”, “Ya has hecho tu elección”, “Ahora es tarde”, “Dios no te va a perdonar.”
Y fue así que Laura se cerró completamente.
A partir de entonces , se sumergió en los estudios y se dedicaba cada vez más al trabajo. Necesitaba ocupar su mente. Así, creció profesional y económicamente, pero el vacío en el alma continuaba allí . Vivía un día detrás de otro, sin grandes expectativas.
Nunca más osaría hablar con Dios, hasta que llegó aquella mañana.
Allí parada, inexplicablemente, una alegría invadía su ser.
Aun habiendo estado durante tanto tiempo sin hacer una oración, sin decir un simple “gracias” a Él, aun así, velozmente, Dios la atendió cuando, en medio a lágrimas, pidió Su ayuda – aunque haya sido, casi de una forma involuntaria, en un momento de angustia y desesperación.
“Mi Dios, ¡Tu eres realmente maravilloso! ¿Cómo pude estar tanto tiempo sin hablar Contigo, sin depender de Ti? ¡Perdóname!”
Y las lágrimas volvieron a caer, pero, esta vez, de alivio y gratitud.
Laura se levantó y se fue de allí. Necesitaba volver a casa rápidamente.
Quería estar cómoda para hablar con Dios tranquilamente, sin prisa. Una conversación franca entre un Padre y una hija que, después de mucho tiempo, se reencontraron.