No hay otra palabra más apropiada para expresar la grandeza del Lugar de Encuentro con el Todopoderoso Dios de Abraham como la palabra ALTAR.
Dios no creó el Altar para que sirva de escenario de shows de música góspel o de un coro; no creó el Altar para que sirva de plataforma política; no creó el Altar para que el pueblo exalte a los hombres que lo usan en la prédica; tampoco creó el Altar para transmitir sentimientos o fe emotiva; ¡No, mil veces no!
El Altar fue creado para el sacrificio.
Sí, fue creado exclusivamente para que el ofrendante resuelva su mayor problema con Dios: volver a Él.
Siempre que el Altísimo Se les revelaba a los patriarcas, profetas y siervos, inmediatamente eran impelidos a levantar un Altar y sacrificaban.
Tras el sueño maravilloso, Jacob tomó la piedra que le había servido como almohada, levantó un Altar y sobre él sacrificó el aceite que le quedaba en el desierto. Luego, hizo su voto de fe (Génesis 28).
Por lo tanto, el Altar es el Lugar de Encuentro con Dios, de entrega incondicional, de sacrificio… Fue creado para recibir las ofrendas representativas de los que están dispuestos a obedecer. Ofrendas santas y puras, símbolo del Primogénito de Dios, Jesús.
El Altar es la habitación de Dios en la Tierra. La persona rendida en sacrificio en el Altar se convierte en el Altar móvil del Espíritu Santo. Así como el Altar representa a Dios en la Tierra, la ofrenda representa la vida del ofrendante en el Altar.
Siendo así, el Altar se convierte en el Regazo de Dios para el ofrendante fiel; solo el Altar tiene autoridad para santificar la ofrenda y validar la presencia del ofrendante delante del Altísimo.
Por otro lado, si la ofrenda es inmunda, el ofrendante no es aceptado por Dios.
El Señor Jesús considera ciegos a los que han valorado más a la ofrenda que al Altar, más al oro que al Altar que santifica al oro.
¿Por qué ellos son así? Porque son carnales. Sus ojos son maliciosos y solo logran ver la ofrenda como valor económico. No logran discernir los valores espirituales porque el dios de este mundo los ha mantenido ciegos.
Y si no logran ver las ofrendas como símbolos de la propia vida en el Altar, ¿cómo verán al Altar como símbolo de Dios?
Por eso el Señor Jesús los llama necios y ciegos.
“¡Necios y ciegos! Porque ¿cuál es mayor, la ofrenda, o el Altar que santifica la ofrenda?”, (Mateo 23:19).
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