“Preguntado por los fariseos, cuándo había de venir el reino de Dios, les respondió y dijo: El reino de Dios no vendrá con advertencia ni dirán: Helo aquí, o helo allí; porque he aquí el reino de Dios está entre vosotros” (Lucas 17:20-21).
De hecho, el Reino de Dios comenzó con la resurrección de Jesús; para ser más específico, cuando Él sopló el Espíritu Santo sobre los apóstoles. A partir de ahí la cobardía y el miedo que tenían dio lugar a la intrepidez y coraje en la divulgación del Evangelio.
Ese cambio radical de comportamiento vino con el recibimiento del Espíritu Santo de Dios, o sea, el Reino de Dios comienza en la vida de alguien cuando este recibe el Espíritu Santo.
Ahí se explica el hecho de que el Reino de Dios no tiene apariencia visible. Viven en este Reino los que están sujetos a los principios de la Ley de Dios, que son justicia, misericordia y fe, conforme leemos en Mateo 23.
El Reino de Dios es reino de fe, de dirección y es reinado de Jesús por medio del Espíritu Santo; no es reino de teorías ni práctica de tradiciones religiosas, pero sí de actitud en obediencia a sus reglas:
“Porque el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo.” (Romanos 14:17).
La autoridad de la fe
¿Qué es autoridad? Autoridad es el derecho de poder o mando.
Vemos dos tipos de autoridad: la natural, como la de los padres, políticos, ejecutivos y profesionales en general; y la sobrenatural, que está relacionada con la fe.
Mientras que la autoridad natural parte de un ser humano en relación a otro, la sobrenatural es exclusiva de los escogidos por Dios.
Desde la creación de la humanidad, a lo largo de la historia de Israel, Dios ha usado siervos, cuyos corazones están totalmente dedicados a Su voluntad, en la restauración de la raza humana: “Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.” (Mateo 28:18-19).
Por lo tanto, Él otorgó Su unción a los siervos. Esa unción demuestra claramente Su asociación con el siervo.
En esta asociación, el objetivo es la obra de restauración del ser humano. De ahí la transferencia de Su autoridad a los siervos.
Tratándose de autoridad divina, ¿de dónde viene el poder de la fe sobrenatural? ¿De dónde, si no es de la autoridad de Dios? La autoridad de la fe nace en Su Autor y Consumador: Jesucristo
“Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios.” (Hebreos 12:2).
Un ejemplo de eso fue la orden del Señor Jesús a los discípulos, cuando literalmente los mandó a curar a los enfermos, expulsar los demonios y hasta resucitar muertos. Ellos no tenían capacidad o poder propio para ejecutar tal tarea, pues eran simples pescadores sin ninguna instrucción intelectual, pero a partir de la orden del Hijo de Dios fueron habilitados a obedecer por la fe para realizar esta misión. La obediencia a la Palabra del Señor les dio autoridad y poder para ejecutar la voluntad de Dios.
La cura de los enfermos, la liberación de los oprimidos, y todos los demás milagros realizados por ellos, no sucedieron debido a los méritos personales, sino por la acción exclusiva de la fe practicada en la Palabra del Señor.
Así es la Obra de Dios: sólo puede ser hecha mediante la acción de la fe. O sea, la certeza de que Dios hará exactamente aquello que prometió que haría.
La química del éxito de los conquistadores se basa en la combinación de fe y autoridad. La fe es la acción de obediencia a la Palabra de Dios y la autoridad es consecuencia de la acción de la fe. La combinación de la fe con la autoridad funciona automáticamente.
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