Hoy Thiago es un niño sano y puede llevar una vida normal, eso no tiene explicación para los médicos, pues a esta altura él podría estar muerto o en silla de ruedas.
“A los dos años y tres meses mi hijo se cayó y lo llevé al médico. Le hicieron estudios en los que le detectaron ataxia aguda. Le hicieron más estudios, tuvimos que estar más tiempo internados y le detectaron un tumor, un ganglioneuroblastoma que le afectaba la columna. Había que operarlo, como era tan chico, los cirujanos no se animaban a operarlo porque era muy riesgosa la intervención quirúrgica. Cuando lo operaron le sacaron un pedacito del tumor, estuvo en terapia, solo Dios sabe lo que pasamos con él todo conectado. Le dieron el alta, pero como el tumor seguía al año siguiente tuvieron que operarlo nuevamente. Como sus venas eran muy frágiles le pusieron un catéter para recibir la quimioterapia.
El tumor seguía y mi vida estaba destrozada. Fui a distintos lugares buscando una solución para mi hijo y no pasaba nada. Cuando estaban por someterlo a la tercera operación, el cirujano me dijo que era probable que mi hijo no soportara la intervención o que quedara en una silla de ruedas porque estaba muy complicado.
Mi suegra ya conocía la Universal, me llevaba a los pastores y obreros para que lo visitaran mientras estaba internado porque un año y medio estuvimos internados. Me hablaban y yo no quería saber nada. Cuando el médico que dijo que mi hijo estaba en las manos de Dios, entonces vine a la Iglesia.
Escuché al pastor y a la otra semana volví, justo comenzó la Hoguera Santa del Templo de Salomón, pero no me animaba a sacrificar. Mi hijo no podía jugar, no podía ir al jardín, no podía hacer nada y yo había dejado de trabajar para dedicarme solo a él. Mi vida era un calvario.
Cuando decido agarrar el sobre para presentar mi sacrificio, escuchaba una voz que me decía que no lo hiciera. La semana siguiente tomé una actitud, lo tenía que hacer por mi hijo. Pensé que si acá había un Dios Vivo como todos me decían, tenía que haber sanidad para mi hijo. Tomé el sobre y me fui a casa, no tenía nada, entonces vendí toda mi ropa, la de mis hijas, hasta la de él. Mis hijas me decían que estaba loca, cómo le iba a dar plata a la Iglesia estando mi hijo como estaba. Yo creía que Dios iba a sanar a mi hijo, entonces con frío y todo iba a la feria, así reuní mi sacrificio y lo entregué en el Altar.
Hablé con Dios sabiendo que Él le daría la sanidad completa a mi hijo. Después de la Hoguera Santa del Templo de Salomón le hicieron estudios y no salió nada. No fue necesario que lo operaran porque Dios me respondió, mi hijo está sano. Desde ese momento soy fiel a Dios porque sé que Él es con nosotros. Mi hijo es un niño normal, es la prueba de que Dios lo sanó. Ni los médicos ni la oncóloga pueden creerlo”
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