Si usted piensa que el Todopoderoso no tiene sueños, está muy equivocado. Si Él no tuviese sueños, jamás habría sacrificado a Su Único Hijo. Y ¿por qué Lo hizo? ¿Qué sueño o voluntad Lo había motivado a sacrificar?
El sueño de rescatar a la humanidad, de salvar a las personas del infierno, de transformarlas en Su propia gloria. Esto es, rehacerlas, por medio de Su Espíritu, nuevas criaturas, seres según Su imagen y semejanza, verdaderos hijos de Dios.
Dios, a través de la boca de Su siervo Asaf, con un lenguaje poético, acompañado de un sentimiento más profundo, como un soñador humano, como el náufrago que anhela el socorro, como la abeja ansía la miel, así Él, el Señor de los señores, aspira con ternura traer de regreso Su criatura. Ese es Su sueño.
¡Ah! ¿Cuántas veces usamos esta palabra para expresar un deseo de realización del alma?
¡Ah! Si yo ganase la lotería…
¡Ah! Si yo pudiese y mi dinero me alcanzara…
¡Ah! Si yo encontrase a alguien para hacerme feliz…
¡Ah! Si esto o aquello.
Es justamente en ese sentido que el Señor expresa Su sueño.
“¡Ay, pueblo mío! ¡Si me hubieras escuchado! ¡Ay, Israel! ¡Si hubieras seguido mis caminos! ¡En un instante habría derrotado a tus enemigos, y habría descargado mi mano sobre tus adversarios! Los que me aborrecen se me habrían sometido, y yo, el Señor, pondría para siempre fin a sus días. Pero a ti te alimentaría con lo mejor del trigo, y apagaría tu sed con miel extraída de la peña.”, (Salmos 81:13-16).
Sin embargo, en lugar de eso Él ha sufrido afrontas por cuenta del rechazo a Su voz.
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