Esta esposa nos escribió:
Tengo 35 años, mi marido 39, estamos casados hace 14. Estuvimos de novios durante siete años, tenemos dos hijos gemelos de 12 años. Si hubiera visto los defectos de mi marido antes, no me habría casado. Su familia se entrometió demasiado en la relación y como no me gustan las peleas, los comentarios, preferí alejarme. Ellos están lejos de mí y de mis hijos, pero aún así lo influencian mucho a mi marido cuando él los visita. No sé lo que conversan, pero mi marido vuelve cambiado, seco, triste, e incluso nervioso, pero nunca me cuenta lo que sucedió. Eso me entristece, porque pensé que el matrimonio era compañerismo, conversación, confianza.
Cuando yo le contaba lo que su familia me hacía, no me creía y nunca pidió explicaciones para defenderme. Me cansé. Construí una muralla alrededor de mi corazón que se convirtió en una piedra.
Lo que me está molestando es esa aproximación de él hacia ellos. Él sabe que no funciona querer convivir con las dos partes (ellos y yo). Realmente me cansé. O ve bien lo que quiere para su vida o puede irse de una vez. Si después de 21 años juntos aún no vio quién es quién en su vida, quién hace que su vida sea buena, puede irse. Eso es lo que me está desanimando para seguir con este matrimonio.
– Cansada
Amiga, realmente es lamentable esta situación con la familia de él. Pero es prácticamente imposible para alguien desligarse totalmente de su familia de origen, por peores que sean. Imagínese, por ejemplo, a uno de sus hijos ya siendo adulto casándose, pero usted no se lleva bien con su nuera, por alguna razón. Entonces, ella le exige a su hijo que no tenga más contacto con usted. Usted jamás lo aceptaría, y esa exigencia pondría un estrés muy grande en la relación. Su hijo estaría dividido entre agradar a su madre y a su esposa, y nunca lograría hacer las dos cosas.
Es lo que sucede con su marido. Él no tiene control ni culpa de las maldades de ellos. Sí, podría y debería estar más de su lado cuando es atacada por ellos. En eso él se equivoca. Pero esa equivocación es común en estas situaciones. El hombre, especialmente, tiene muchas dificultades de encontrar un equilibrio en este punto. Pero usted puede ayudarlo a que lo encuentre.
¿Qué sucedería si usted cambiara su óptica de la situación? ¿Y si dejara de ver eso como “o ellos o yo” y pasara a ver como “mi marido no tiene la culpa de la familia que tiene”?
Podemos elegir a nuestros amigos, pero no a nuestra familia. Cuando nos casamos, este es un hecho que deberíamos considerarlo bien. Cada uno trae consigo la familia que tiene. Y su marido, lamentablemente, tiene la que tiene. Pero, ¿no es digno de sus esfuerzos? ¿Y sus hijos también?
Lo que recomendamos en estas situaciones es que el cónyuge maltratado por los parientes (usted) actúe con diplomacia. No tiene que morir de amor por ellos, pero tampoco necesita hacer una guerra fría. Usted puede ser diplomática, cordial, educada, sin necesitar mimar a su familia. Y principalmente, tiene que dejar de criticarlos. Cada vez que critica a su familia, él recibe esto como una crítica a él mismo. No funciona. (Obviamente él no comparte más de su familia con usted porque teme sus críticas.)
Todo eso usted lo haría POR ÉL, no por sus parientes. Y a cambio, le exigirá que la protegiera y esté de su lado en casos de ataques.
Amiga, todo es negociable. Piense en los objetivos a largo plazo. No hubo traición ni otras cosas más graves para justificar el fin del matrimonio. No sea tan difícil, tan inflexible así. Crea: divorciarse por eso no valdrá la pena. Y sepa que al final, si ustedes se divorcian, el principal responsable no habrá sido su marido ni su familia, sino su corazón endurecido. Tiene que romper las piedras de su corazón.
Por la dureza de sus corazones, es que sucede el divorcio. (Jesús, Mateo 19:8)
Extraído Blog Obispo Renato Cardoso
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