¡Buenos días, obispo!
Doy gracias a Dios por su vida, pues un día, caminando angustiada y con miedo incluso de mi propia sombra, encontré un periódico de la Universal en un charco de barro, y como caminaba cabizbaja pude ver el periódico.
Tomé ese periódico, sacudí el barro y comencé a leer. Y la única parte limpia que podía leer era aquella en la que usted da una palabra sobre el Espíritu Santo.
Yo vivía oprimida, no podía dormir por las noches, y siempre Le preguntaba a Dios: ¿por qué soy así? Pero después de leer ese mensaje, sentí un alivio tan grande y quise conocer ese lugar, esa iglesia.
Descubrí que la más cercana a mi ciudad estaba a 40 km. No lo acepté y me dije a mí misma: “esta iglesia va a llegar aquí, pues muchas personas que están sufriendo como yo necesitan conocer a este Dios verdadero que yo conocí”.
Y de una mujer oprimida, cabizbaja, que solo sabía llorar, fui transformada en una mujer determinada, valiente, fuerte y, lo mejor de todo, con una paz inmensa dentro de mí que no encontré en ningún otro lugar, solo en la Iglesia Universal del Reino de Dios.
Carmen