Este comportamiento, que es parte de la naturaleza del hombre, es una de las señales más claras del Fin de los Tiempos. ¿Cómo actuar ante esto?
Hace algunos años, los casos de violencia detenían al país por destacarse por su brutalidad. ¿Quién no recuerda, por ejemplo, el crimen que ocurrió en 2002, cuando una adolescente de 18 años planeó el asesinato de sus propios padres? El crimen se consumó con la ayuda de su novio y del hermano de este, en un barrio acomodado de São Paulo. Poco tiempo después, en 2008, otro episodio estremeció a Brasil: un padre fue señalado por la policía como el responsable de lanzar a su hija de 5 años desde el sexto piso de un edificio.
El desprecio y la frialdad demostrados en ambos casos conmocionaron a la opinión pública, permanecen vivos en la memoria de la sociedad y expusieron la maldad humana. Día tras día, las historias se repiten y por motivos cada vez más banales. En marzo de este año, en Rio Grande do Sul, un hombre que no aceptó el fin de su relación decidió vengarse de su exesposa y arrojó al hijo de ambos, también de 5 años, desde un puente de 15 metros. La crueldad fue tal que incluso las autoridades de seguridad se enfrentaron a una pregunta inevitable: ¿qué está ocurriendo con la mente de las personas? Todo esto refuerza que el amor en el mundo se está enfriando, como el Señor Jesús nos advirtió que ocurriría en el Fin de los Tiempos.
Tiempos difíciles
Las profecías bíblicas se han estado cumpliendo, pero muchas personas cierran los ojos ante esta realidad. En la Biblia, en 2 Timoteo 3:1-3, leemos: “Pero debes saber esto: que en los últimos días vendrán tiempos difíciles. Porque los hombres serán amadores de sí mismos […] sin amor, implacables, calumniadores, desenfrenados, salvajes, aborrecedores de lo bueno…”. ¿Y no es este el retrato que vemos actualmente?
Las personas se enfriarán completamente en el respeto y el amor al prójimo, incluso hacia quienes conviven con ellas. El pecado que dará origen a esta y a otras atrocidades es el primero de la lista: “amadores de sí mismos”. Esto significa que las personas priorizarán el lucro, el bienestar y los placeres, y nada más importará. Para alcanzar sus objetivos, serán traicioneras, crueles, capaces de cometer todo tipo de vilezas.
Ante esta realidad, no se puede ignorar que vivimos los tiempos descritos en la Palabra de Dios. La degradación del ser humano, el egoísmo extremo y la banalización del mal confirman las profecías y emiten una alerta urgente: el Fin de los Tiempos se acerca y es necesario estar preparado para eso.
¿Qué es, al fin y al cabo, la maldad?
La maldad puede describirse como la inclinación del ser humano a causar dolor, daño o sufrimiento al prójimo. Según la psicóloga Lilian Neves, puede surgir como resultado de una combinación de factores, y enumera algunos: “Como consecuencia de experiencias traumáticas en la infancia, entre ellas los abusos físicos y emocionales, que llevan a distorsiones en la manera en que la persona percibe el mundo y a los demás; desequilibrios o conflictos de personalidad; factores genéticos, psicológicos y ambientales; condiciones sociales; hogares disfuncionales; rechazo y negligencia familiar; experiencias de vida; consumo de drogas y ciertos trastornos”.
Al analizar estas características, es posible percibir incluso la existencia de un ciclo. En muchos casos, la maldad manifestada por una persona fue desencadenada por otra que sufrió anteriormente, y si ese ciclo no se rompe, seguirá generando víctimas. Las personas heridas hieren a otras, directa o indirectamente, y perpetúan comportamientos destructivos que se propagan como una cadena.
La maldad también se ha hecho notar en el placer de ver sufrir al otro. Este comportamiento es conocido como sadismo, según explica la psicóloga Donzilia Aveiro: “La personalidad sádica se caracteriza por alguien que siente placer al ver sufrir al otro, una persona cruel, agresiva, que se satisface al herir, lastimar y causar dolor”.
A eso se suma la frialdad que genera la tecnología. La comunicación entre las personas pasó a ocurrir a distancia, y eso altera la manera en que se percibe al otro. Al no haber contacto visual directo, ni considerar el tono de voz y la lectura de expresiones faciales, disminuye la sensibilidad hacia el sufrimiento ajeno.
Poco a poco, el ser humano pasa a ser considerado apenas como un perfil, una opinión o una imagen. Este proceso favorece la indiferencia, los juicios despiadados e incluso comportamientos crueles, especialmente en las redes sociales, donde el anonimato y la distancia intensifican los ataques.
La relación entre el mal y la desobediencia
Desde el punto de vista espiritual, la maldad puede resumirse como el alejamiento de lo que determina la Voluntad de Dios y como un reflejo de la naturaleza pecaminosa del hombre. Pero el Creador no hizo al ser humano con un corazón preparado para recibir la maldad; al contrario, como está escrito en Génesis 1:27 y 31: después de crear todo lo que se ve, Él hizo “al hombre a Su imagen” y “vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era muy bueno”.
Pero si todo lo que Dios hizo era muy bueno, ¿por qué hay tantas cosas malas en el mundo? El hombre gime a causa del pecado y por la acción del diablo en la humanidad. También sufre por la ignorancia de los propósitos divinos y por la falta de sumisión a los consejos de Dios.
A pesar de haber sido creados en perfección, Adán y Eva recibieron de Dios el libre albedrío y, ante la propuesta del mal, optaron por desobedecer al Creador y ceder a sus propios deseos. A partir de esa decisión, el pecado comenzó a habitar en la naturaleza humana y la maldad encontró espacio para expandirse por la Tierra.
Con el tiempo, el escenario se agravó. La corrupción moral y espiritual llegó a un punto tan extremo que Dios Se arrepintió: “Y el Señor vio que era mucha la maldad de los hombres en la Tierra, y que toda intención de los pensamientos de su corazón era solo hacer siempre el ma. Y Le pesó al Señor haber hecho al hombre en la Tierra, y sintió tristeza en Su corazón”. (Génesis 6:5-6).
Ante este cuadro de degradación, Dios decidió reiniciar la historia de la humanidad por medio del diluvio, destruyendo la Tierra y preservando solamente a Noé y a su familia, quienes aún guardaban reverencia al Señor. Sin embargo, incluso con ese nuevo comienzo, el pecado continuó enraizado en el corazón del ser humano, influenciando generaciones y perpetuando el sufrimiento.
A lo largo de los siglos, la humanidad siguió distante del Creador, hasta que, en el tiempo determinado, el plan de la Salvación fue revelado: Dios envió a Su propio Hijo, para que, por medio de Él, todos tuvieran acceso al perdón y a la vida eterna. Y, tras Su muerte y resurrección, nos dejó el Espíritu Santo, para que podamos resistir al mal y perseverar hasta el día de Su regreso.
Inclinaciones humanas
El Señor Jesús dejó, en Apocalipsis 3:11, una advertencia para la Iglesia de Filadelfia, que también se aplica a nuestros días: “Vengo pronto; retén firme lo que tienes, para que nadie tome tu corona”. Considerando estas Palabras Suyas y las señales de que Su regreso está cerca, los que aún no han conquistado la Salvación deben luchar por ella, y los que ya la tienen deben permanecer vigilantes, porque, hasta que este hecho se concrete, dentro de cada persona siempre habrá un conflicto entre la carne y el espíritu, como enseñó el apóstol Pablo a los Gálatas.
Mientras las obras de la carne llevan al ser humano a la degradación y alimentan la maldad, las virtudes del Espíritu lo hacen parecerse más a Dios (véase al margen). Así como en el pasado, allá en el Edén, la desobediencia alejó al hombre de Dios, hoy la desobediencia también aleja al ser humano de Él y le quita la paz, como está en Romanos 8:7: “…ya que la mente puesta en la carne es enemiga de Dios, porque no se sujeta a la ley de Dios, pues ni siquiera puede hacerlo…”. Así, la maldad gana espacio, se alimenta del dolor, continúa propagándose y cumpliendo la profecía.
Poder de elección
Mientras muchos viven entregados a los placeres pasajeros y a las ilusiones de este mundo, las advertencias de Dios están delante de todos. Pero solo los que tienen oídos espirituales logran discernirlas. Este es el momento de renunciar al engaño y volver al Creador. Él llama a todos al arrepentimiento y a la transformación de vida, antes de que sea demasiado tarde.