Hace apenas algunos años, era muy normal ver, al bajar del tren o del subte, a un grupo de personas desesperadas por encender un cigarrillo. Hoy, esa escena cambió y lo normal es ver una suerte de coreografía realizada en perfecta sincronización entre individuos que no se conocen: la mano va al bolsillo, toma el teléfono celular y, con la cabeza gacha, el mundo exterior se desvanece en una pantalla de 5 pulgadas. Es un ejército de zombis que caminan en línea recta con un aparato en la mano. Son los adictos digitales.
En Argentina, el Centro de Estudios Especializados en Trastornos de Ansiedad (Ceeta, http://www.ceeta.org/esp) registró, en el curso del bienio 2013-14, un aumento del 15% en el número de consultas relativas a trastornos imputables al uso desmedido de recursos digitales. Por su parte, la Fundación Manantiales (http://www.manantiales.org), dedicada a la investigación, prevención y asistencia de adicciones, observó un aumento del 70% en las consultas de ese carácter entre 2010 y 2014.
Como si fueran granjas de rehabilitación para adictos a las drogas, en Estados Unidos ya funciona el “Camp Grounded”, un campamento para adultos adictos a la tecnología. Al llegar, los participantes deben dejar sus equipos en una cabaña. Solamente pueden llevar consigo cámaras de fotos analógicas (las de rollo) o instantáneas, como las Polaroids. Para entretenerse hacen ejercicio físico, cocinan o participan de un taller de escritura con máquinas de escribir. Su lema: “Desconectar para reconectar”.
“Si tienes necesidad de subir una foto a Instagram, haz un dibujo. Si quieres tuitear, compártelo con quienes están a tu alrededor”, son algunos de los consejos que brinda Camp Grounded a los participantes, que pagan entre 500 y 650 dólares para participar de la “desintoxicación digital”.
En su epístola a los miembros de la iglesia en Corinto, el apóstol Pablo afirmó: “Todo me es lícito, pero no todo conviene; todo me es lícito, pero no todo edifica.”, (1 Corintios 10:23). Si aplicamos esta frase a la tecnología, podemos entender que no hay nada malo en usarla, porque ¿a quién se le ocurriría discutir sobre los beneficios que la conectividad a gran escala le han proporcionado a la humanidad? Lo que debemos hacer es buscar el equilibrio. Aprender a valorar las relaciones humanas, que existen desde mucho antes que las virtuales, disfrutar de una charla con un ser querido sin pantallas de por medio, son algunas de las cosas que la tecnología nos está robando de a poco, casi sin que nos demos cuenta.
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