Blanca González se enamoró, tenía apenas 17 años: “Dejé mis estudios, a la familia, decidí jugarme todo por él. Con mi marido armamos una distribuidora. Mi esposo se enfermó de cáncer y falleció. Mi mundo se derrumbó. Su familia me echó a la calle y me quedé sin nada, salí con lo puesto”.
A la delicada situación económica, se le sumó su fragilidad mental: “Yo había pasado la muerte de mi marido, pero estaba en una depresión profunda. Realmente no tenía ganas de vivir. Comencé a venir a la Iglesia, al principio iba sin voluntad, no le encontraba sentido. Seguí porque no tenía otro camino, era luchar de la mano de Dios o tirarme debajo de un tren. Fue muy difícil. Realmente superé todo ese dolor y empecé a recuperar las ganas de vivir. Decidí creer en todo lo que me estaban enseñando”.
Una voluntad de hierro
Blanca encontró en Dios la fuerza que necesitaba para empezar de cero. La fe la hizo perseverar, aunque todo se complicó: “No quería ni trabajar en forma dependiente porque en un principio no tenía fuerzas. Primero trabajaba vendiendo ollas y ropa. Con el tiempo, mi forma de ver la vida cambió. Cada consejo que daban lo aplicaba, hasta que un día dije: ‘dejo de trabajar para otro’. Dios me dio la capacidad y las condiciones”.
Ella reunió coraje para arriesgarse: “Al sentirme mejor, mis objetivos eran más grandes. Pensé en abrir otra distribuidora de bebidas. No tenía las condiciones, pero le pedí ayuda al Señor. Arranqué, con un préstamo, aunque no tenía nada. Alquilé un local, empecé a comprar, a vender y realmente fue extraordinario lo que Dios hizo cuando me lancé. A los dos meses de empezar, tuve que cambiarme a otro negocio porque me quedó chico, alquilé uno más grande, y al mes necesité alquilar un depósito para guardar mercadería”.
Blanca desafió la realidad económica, no se resignó a la crisis y confió: “Primero tuve una sola moto de reparto. Al tiempo me compré una camioneta para hacer las compras. Hoy cuento con tres motos repartiendo, además de una camioneta y un auto. El local donde atendemos y el depósito donde guardamos toda la mercadería que vamos comprando en cantidades. Pude conseguir abrir puertas en mayoristas y empresas directas de grandes marcas. Empecé con 50 clientes, hoy, en pocos meses, ya trabajamos con más de 200. Gracias a Dios, la empresa va creciendo. Hoy entiendo que lo que sufrí, valió la pena. Estaré eternamente agradecida. Aunque dicen que la situación del país está difícil, nosotros crecemos cada día más. Con Dios todo es posible”.
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