La vida de Gisela Roldán dependía de la actitud que ella tomara, o luchaba contra la anorexia y la bulimia o se dejaba morir. Después de sufrir por mucho tiempo decidió apostar a la vida y hoy cuenta cómo hizo para salir adelante.
“Desde chica comencé a padecer anorexia, todo comenzó a los cinco años debido a la baja autoestima, a la tristeza y a las preocupaciones por el futuro de mi familia. Crecí en medio de problemas familiares, infidelidades y agresiones físicas, por lo que me volví depresiva. Pensaba que no tenía valor y no me gustaba nada de mí. En ese momento dejé de comer, solo pensaba en dañarme por lo que me golpeaba hasta quedar desmayada. En medio de los tratamientos comencé a comer un poquito y me volví bulímica. Llegué a vomitar coágulos de sangre. Padecí trombosis, hernia, principio de ceguera, osteoporosis, los órganos se me estaban saliendo de lugar e iba a necesitar un corset para que los pulmones no se llenaran de líquido. También intenté quitarme varias veces.
Mis amigas notaron que estaba diferente, cada vez más delgada, más nerviosa y agresiva. Estaba enceguecida, amenazaba con suicidarme si me internaban, nada me podía sacar de ese estado. Tuve internación domiciliaria y los médicos decían que podría salir de ese cuadro solo si sucedía un milagro porque yo no quería vivir. En ese momento pesaba 35 kilos, tenía hemorragias, no podía ver ni moverme sola, mi papá tenía que cargarme hasta la habitación porque no podía caminar del dolor que sentía en el cuerpo.
Yo me veía muerta, estaba medicada por un principio de esquizofrenia, en medio de todo eso me llamó la atención que mis padres estaban diferentes. Ellos estaban unidos, luchaban por mí en oración para ayudarme e hicieron un propósito con Dios para que yo comiera. Comí y mi organismo no rechazó la comida. Entonces acepté la invitación de mis papás para ir a la Universal.
El primer día que fui a la reunión experimenté algo maravilloso, esa carga que me oprimía salió y tuve ganas de vivir, en ningún lugar me atendieron con la calidad humana que me atendieron en la iglesia. El cambio completo llevó tiempo y fue necesario ser constante en las reuniones, me costó mucho, pero fui libre de la anorexia, de la bulimia y de la depresión. Ahora soy feliz, tengo proyectos y disfruto de mi familia”.
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