Dos cuidados especiales tienen los siervos de Dios:
El primero: se refiere a la Salvación de su alma;
El segundo: se refiere a la Salvación de su semejante.
En relación a la Salvación de su alma, él la cuida como si fuera la niña de sus ojos. Es su tesoro infinito y eterno recibido del Espíritu de Dios.
En relación a la Salvación de su semejante, se empeña de cuerpo, alma y espíritu porque entiende que es una misión dada por el Propio Espíritu Santo.
Al cuidar la propia Salvación con la misma dedicación con la que trata a su cuerpo, muestra su respeto y temor hacia el SEÑOR que la conquistó en el Calvario.
Lo opuesto también se aplica, cuando hay negligencia en el cuidado de la Salvación, significa descuido de todo lo que el Señor Jesús sufrió por él en el Calvario.
En cuanto al cuidado en la Salvación del semejante no es diferente. Él fue elegido entre miles de millones para servir a su Señor y Salvador.
Es un privilegio de pocos llevarles a los perdidos lo que se recibió del Altísimo. Fue escogido para ser columna en la edificación del Santuario del Eterno en cada persona.
Si desvía el foco de siervo y busca servirse de su misión, pierde la visión recibida. Pierde también la finalidad de su misión.
Razón por la cual muchos que salieron adelante, conquistaron el oro y el moro y, hoy, están caídos, postrados y desorientados.
Mientras servían a Aquel que los eligió, tenían éxito, pero cuando evaluaron su “insignificante” condición de siervos y anhelaron ser servidos, perdieron…
Perdieron el alto privilegio de ser columnas en el Santuario del Altísimo.
Peor: perdieron la salvación de sus almas.
¿Qué es lo más glorioso, rico y estimable en la vida de quien sirve al Altísimo? Servirlo.
“Al que venciere, Yo lo haré columna en el templo de Mi Dios, y nunca más saldrá de allí; y escribiré sobre él el Nombre de Mi Dios, y el Nombre de la ciudad de Mi Dios, la nueva Jerusalén, la cual desciende del cielo, de Mi Dios, y Mi Nombre Nuevo”. Apocalipsis 3:12