Joel: “A los nueve o diez años probé cigarrillos. Después la marihuana y luego la cocaína. Mezclaba pastillas con alcohol, pero lo más fuerte que usé fue el paco.
Cuando necesitaba consumir, salía a robar, caí detenido varias veces, pasé por Institutos de menores, Alcaldías en Tribunales y por la Unidad 28. Viví muchas cosas. Estaba perdido en las drogas.
Primero consumía los fines de semana, pero después me quedaba de gira tres o cuatro días. Por el grado de locura que tenía, no me importara nada. Le decía a mi mamá: ‘por más que llores, no voy a cambiar’.
Me peleaba con cualquiera. Una vez quisieron matarme, pero alguien más se llevó el disparo. En otra oportunidad, estuve días consumiendo y me di vuelta, una especie de sobredosis. Me caí, me golpeé la cabeza y me empezó a sangrar. Estaba amanecido, la sangre se secó en mi cara y ya no tenía plata, busqué dinero y seguí la gira”.
Ester sufría al ver a su hijo destruido, pero no podía hacer nada: “Derramé muchísimas lágrimas por él. Vivíamos en la comisaria. Perdía mis trabajos, sentía una desesperación terrible, no podía comer. Los vecinos lo odiaban y se la agarraban conmigo, lo quisieron matar.
Hasta que una vecina me habló de la Iglesia y vine. Pasaron seis años. Hacía todo por él, yo quería rescatar a mi hijo. Valió la pena pagar el precio para ayudarlo”.
“Gracias a Dios, estoy libre y nunca más tuve recaídas. Tengo paz, soy feliz. Me casé y mi familia está bien. Le estoy agradecido a mi madre porque ella luchó por mí, su fe me trajo. El Espíritu Santo cambió mi manera de pensar y de ser, me dio fuerza para decir que no y mirar hacia adelante”, finaliza Joel.
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