“Pasé por dos etapas. Primero fue la que llegué a la Iglesia, escuché los consejos, me convertí en diezmista y progresé.
Pero en un segundo momento dejé de hacer la voluntad de Dios. Era dueño de dos camionetas, de un puesto que trabajaba bien y perdí todo. Invertí mal, ya no daba el diezmo hasta que me fundí. Compré un coche viejo y hasta eso me robaron. En esa época empecé con mi esposa. Yo le decía que teníamos que casarnos, pero yo hacía mi voluntad.
Hasta que tocamos fondo y decidimos hacer las cosas bien. Tenía deudas en dólares, las había tomado con un dólar a 8 pesos y los devolví a 16.
Me costó, pero volví a ser diezmista. Pasó un año, pagué las deudas y prosperé. Hoy en día tenemos tres coches, el negocio funciona. No estábamos en condiciones de casarnos, pero lo hicimos. Porque, aunque había devuelto todo lo que debía; no había manera. Los invitados pensaron que habíamos gastado mucha plata.
Dios nos bendijo, aparecieron posibilidades que ni siquiera pensaba que fueran posibles. Agrandamos la casa y la reformamos. El secreto es ser obediente y hacer la voluntad de Dios”.
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