Débora: “Cuando tenía ocho años, ya pensaba en suicidarme, probaba con la corbata de mi papá para ver si dolía ahorcarme. A los 13, 14 años me metí en los vicios. Fumaba y tomaba pastillas con alcohol para poder aplacar un poco el dolor que sentía por estar viva. A los 15, ya aspiraba cocaína. Tuve un novio, me decepcionó y dejé de creer en el amor. No lograba dormir, escuchaba ruidos de cadenas. También sufrí ataques de pánico. Nadie sabía de mi depresión. Delante de mi familia yo era la hija perfecta, pero por dentro sufría. Tapaba lo que me pasaba con las salidas y los vicios. Estaba perdida, pensaba en suicidarme todos los días. Viví así hasta los 26 años. Para mí, Dios no existía. Mi mamá insistía para que fuera a la Iglesia y un día de la madre decidí hacerlo como regalo. Llegué drogada pero volví y comencé a sentir paz. Me comprometí a dejar los vicios, aunque fumaba 80 cigarrillos por día. Sin embargo, no entendía que debía entregarme para que Él quitara el dolor que había en mí. Cuando lo hice, recibí el Espíritu Santo y mi vida fue transformada. Ya no necesito las adicciones y no deseo morir. Yo, que no creía en el amor, estoy casada con un hombre de Dios y soy feliz”.
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